Claridad, la novela

viernes, 16 de diciembre de 2016

Teorema de amor


Cuando murió mi gatita Alaska lo pasé muy mal, y me juré que nunca más iba a tener nada de cuatro patas que se moviera por sí solo. Se cuelan en el corazón o más allá y duele mucho perderlos. Pero el hombre propone y… lo que está claro es que yo nunca dispongo.

Dejé retazos de alma en mi blog cuando apareció en nuestras vidas.

 

Viernes, 16 de julio de 2010



 

Nos encontró él.

Llevaba varios días rondando la finca, pero yo no le había visto; vine demasiado extenuada de Aranjuez. El pasado martes fui a echarle comida y por la noche, a la hora del paseo, se me ocurrió decirle ¿te vienes? Y desde entonces es difícil separarle de mí, aunque le costó empezar a caminar al lado de mi silla.
Se llama Bruno y tiene unos dos meses, le habían abandonado y apaleado... aún cojea y se asusta. Nunca he visto un perro tan tierno y obediente, y guapo.
Le hemos preparado su sitio dentro de la finca, pero fuera de la casa, y hoy será el primer día que pase solo en su nuevo hogar aunque volvemos esta noche. Y según se adapte... pensaremos en llevarlo al veterinario y quedárnoslo.

 

Lunes, 26 de julio de 2010

Bruno y la poesía…

 


Poesía es la belleza de la vida, el lado amable... la sonrisa del sol.
A veces atravesamos épocas difíciles, injustas y que no entendemos. No consigues que se reconozca tu trabajo de muchos meses ni tu labor de investigación, al menos que te lean; se muere tu mascota...
Y un día aparece Bruno, y sus cuatro patas se van afianzando en tu alma aunque las palabras del veterinario no sean muy prometedoras. Consiguió vivir dos meses solo, y ahora vuelve a correr, jugar, confiar y a protestar cuando le bañas…

 

En los meses en los que más perros se abandonan para poder irse de vacaciones, nosotros nos quedamos con un perrito sucio y abandonado que habían querido matar. Necesitaba cariño, un hogar y comida. Pero ni el veterinario pensaba que viviría. Desafiando a todos se convirtió en un cisne peludo, pasó a ser de raza y ‘carísimo’, y es el mejor perro de caza de Juan. Y mi revolución.

Su cariño y compañía me han ayudado muchas veces. Muchas veces. Aunque no le tengo en casa es parte de mi responsabilidad y equilibrio emocional siempre, no puedo estar sin verle más de tres días por lo que nuestras vacaciones las pasamos junto a él.

Es una de mis alegrías. Siempre había querido tener un perro y Bruno llegó en el momento justo.

 

 

Lunes  15 de noviembre de 2010

Un burka por amor…

 

...y no, no me refiero al libro de Reyes Monforte sino a mi propio traje de esquimal, sólo se me veían los ojos y se me olvidaron los guantes.
El sábado pasado Guadalajara amaneció con una capa de niebla hasta el suelo, hacía un frío del carajo. A las once de la mañana la niebla apenas se había levantado dos metros, toca ir a la tienda de informática, a comprar la comida de Bruno y a la piscina. ¿Sabéis lo fría que está el agua de la olímpica? Lo dudo, pista: todos mis compañeros han dejado de ir por el frío que pasan.
Después de comer ya me llevo el traje de esquimal para dar el paseo por el campo con mi perro, y un simple chaleco para luego hacer la compra semanal. Me he vuelto a tomar la vitamina b12 o no puedo con todo, ni con los dolores.
Pero compensa con creces.
Su cariño, el que siempre esté pendiente de que le siga, venir a buscarme si me paro... es tocar la belleza cuando le veo correr subiendo y bajando los pequeños montículos que marcan las veredas por las que nos perdemos rodeando el pueblo. Es… no parar de sonreír cuando estoy con él.

Por la noche hubo sorpresas.

El domingo se lo volvió a llevar mi marido toda la mañana, y yo me quedé poniendo los puntos sobre las ies con parte de mi propia familia. O defendiendo como un águila lo que es mío.
Antes no lo quería nadie y ahora se lo quieren llevar.
¡Qué decepción y qué ojeras! Pero bueno... ya todo está bien y toca olvidarse, centrarse en el curso y la nueva sorpresiva novela.  Piscina, gimnasio, y los fines de semana Bruno... haga frío o calor que pa’ eso están los burkas ;)

 

 

Y es que Bruno pegó un cambio enorme, de ser un chucho escuálido y que seguro nos iba a contagiar algo (eso decían) pasó a ser un perro precioso y de ‘marca’. Y tan cabezón y bruto como su dueña.

Yo siempre le he visto igual. Es un cruce de perro labrador y un husky, esos perros del polo norte que arrastran trineos. Clavadito, solo que nacido en Castilla-la Mancha.

Por temporadas le hemos tenido en casa; cuando se partió una pata y hubo que operarle, o cuando está malito… Pero en cuanto se recupera y no juegas con él o le acaricias, se pasa el día mirando por la ventana con cara triste o tumbado en la puerta de la calle a ver cuándo le sacan. Es un crimen tener a un perro tan grande encerrado en un piso. Con los perros pequeños viene pasando lo mismo, pero yo no lo sabía aún.

 

Un perro es a lo que se acostumbra, que dice Juan, y ellos están acostumbrados a correr siempre que quieren por nuestra finca familiar. Porque ahora tenemos dos… 

Hace cuatro meses nos dieron un cachorrito. Un buen perro de caza. Un teckel o perro salchicha. Precioso. Cariñoso. Que parece que las orejas van a salir volando cuando corre. Le llamamos Chico y se convirtió en un juguete; sobre todo en el juguete preferido de mis sobrinos pequeños. Cosa que a Bruno no le gustó ni le gusta, ni a él tampoco. Los perros tienen sentimientos y son más listos de lo que pensamos.

Y tragones. Como ellos solos.

 

Fueron días enseñándoles a estar juntos; a compartir juguetes, comida, casetas. A compartirnos, sobre todo a Juan y a mí. Ha sido difícil y poco a poco, pero ahora son inseparables. Sobre todo el pequeño que si lo tenemos más de una hora sin ver a Bruno y en casa, llora, aúlla, ladra, mira por la ventana llorando y se tumba en la puerta a esperarlo. Son iguales, yo creo que si hubieran sido gemelos no se hubieran parecido tanto.

Ha sido el pequeño el que se ha ganado al grande, porque es tan cariñoso y pesado como su dueña. Lo de pesado quiero decir.

A veces me quedo en silencio mirándolos y son tan cómicos y maravillosos que parece mentira que, encima de todo el cariño que te dan, te puedan enseñar tanto…

 

<<Si un perro fuera tu maestroaprenderías cosas como estas:

 

-Cuando tus seres queridos llegan a casa, siempre corre a saludarlos.
• Nunca dejes pasar una oportunidad para ir a pasear.
• Deja que la experiencia del aire fresco y del viento en tu cara sea de puro Éxtasis.
• Toma siestas.
• Dale un beso inesperado a quien tengas a tu lado.
• Estírate antes de levantarte.
• Corre, brinca y juega a diario.
• Mejora tu atención y deja que la gente te toque.
• Evita morder cuando un simple gruñido puede ser suficiente.
• En días cálidos, recuéstate sobre tu espalda en el pasto.
• Cuando haga mucho calor, toma mucha agua y recuéstate bajo la sombra de un árbol.
• Cuando estés feliz, baila alrededor, y mueve todo tu cuerpo.
• Deléitate en la alegría simple de una larga caminata.
• Se leal.
• Para tener muchos amigos es necesario mover la cola, no la lengua (mas acciones y menos palabras).
• Nunca pretendas ser algo que no eres.
• Si lo que quieres esta enterrado, escarba hasta que lo encuentres.
• Cuando alguien tenga un mal día, quédate en silencio, siéntate cerca y suavemente hazles sentir que estás ahí.>>

 

Esto lo encontré en Internet, pero ya me lo había enseñado Bruno. Chico es demasiado pequeño aunque también lo voy descubriendo en él. Lo que peor llevo es lo de los besos inesperados, sobre todo cuando en verano me estoy quedando dormida en una de las tumbonas de la finca. Del beso que me arrea Bruno voto y no literalmente. Pero ya me asusto más despacio porque siempre soy la elegida…

¡Menos mal que no duermo con la boca abierta!

 

Son una fiesta. Sin hipocresía, sin malas caras, sin compromisos. Y me hacen superarme cada dos por tres… y no solo como persona sino con mi enfermedad.

Ellos me aceptan como soy, me hacen reír a carcajadas y la alegría que me contagian me hace hacer las cosas con ganas. Con ilusión. Olvidarme de mi faceta de friolera, de que me duele algo, de que estoy cansada. Hasta en los problemas auditivos me han ayudado, como si despertaran a veces mis tímpanos; han agudizado los sentidos, la atención, la sensibilidad. He aprendido a diferenciarlos cuando ladran estando alejados de mí y sin mirarlos.

Mi marido y mis perros me adentran en la naturaleza y es fascinante.

 

Pienso que no solo es aconsejable tener un animal de compañía para los que hemos aprendido la palabra enfermedad en primera persona, sino que debería ser obligatorio para muchos. Para no creerte el ombligo del mundo, aceptar a todos, no mentir, que se te bajen los humos. Pero pasa lo de siempre: para que un perro te enseñe cualidades insospechadas tienes que darte cuenta de que no eres perfecto. Y ya te digo… ¡alguien así no lo encuentras ni en los chinos!

 

Cuando se murió Alaska pensé que era demasiado mayor para hacerme responsable de otro animal, mis perros me han demostrado que sigo siendo lo suficiente joven para aprender a vivir día a día.

Para volver a nacer con el sol.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Teniente equivocado


“Pero yo la quiero así distinta
      porque es sincera
      es natural como el agua que llega
      corriendo alegre desde el manantial.

          Aunque claro, Emilio habla de la soledad buscada no de la que te imponen, pero ya ven, yo pocas veces pude elegir en ésta vida, y sí aprender a corregir con arte lo que se me ha ofrecido…

 

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La integración o impedir que la persona que oye menos se aísle, no depende solamente de ella, como bien sabe cualquier profesional. Depende de ella y de su entorno, lamentablemente, a partes iguales. Porque se puede pedir, una y mil veces, que te miren cuando hablen, que no susurren pero no griten (repetiré hasta la saciedad: el tímpano se acostumbra y cada vez pide más), que te digan el tema de conversación; se puede pedir (que te hagan caso es aparte), nunca exigir. Me temo que habrá a quien le moleste todas estas “vacuas” interrupciones -repetir, aclarar tema... -, aconsejaría a estas personas “que pensaran en sordo” o se pusieran en nuestro lugar, porque es cojonudamente horroroso sentirte extranjero en tu propia lengua.

 

Además de mentir para que no te chillen o que no te rebajen como persona, hace tiempo leí en una novela, ‘Lo raro es vivir’ de Carmen Martín Gaite, una explicación que me conmovió por la coincidencia de pensamientos. Ella dio con la respuesta que yo nunca encontré. Decía así, aunque las mentiras de la protagonista de su novela no tengan nada que ver con las mías, salvo el paralelismo de sobrevivir:

A veces pienso que se miente por la incapacidad de pedir a gritos que los demás te acepten como eres”.

 

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  Empiezo a escribir este nuevo capitulo con dos breves extractos de mi anterior ‘Teniente sin galones’ porque la situación, la mía por desgracia, en diez años o más, no ha variado absolutamente nada. Ahora conozco y trato a más gente y en un de tú a tú las conversaciones pueden ser muy interesantes, pero cuando estoy en grupo muchos momentos son peores. La confianza da asco. Unos días oigo más y otros menos sólo hay que ayudarme un poco, o ser respetuosos. No ponerse en la otra punta de dónde yo estoy, o no darme la espalda cuando están a mi lado… porque mis ansias asesinas crecen. Entonces un pajarillo me habla de mala educación y de lo que se siembra se recoge. Sin la menor duda,

Ya que me estoy refiriendo a gente que sabe de sobra que oigo menos, pero si antes caminaban deprisa y no les importaba más que ellos, ahora echan carreras de fórmula uno y vete tú a saber lo que les importa porque a mí ya no me interesa. Se lo han ganado a pulso.

Pero mi teniente sigue porque la vida siempre merecerá la pena, pese a los cátedras en sensibilidad hacia todos, y demuestra ahora que estaba equivocado…

¿Cómo no estarlo cuando ningún especialista me habló de una perdida auditiva retro-cloquear?

Nunca.

Nadie me habló de que los problemas de audición provocados por la ataxia de Friedreich estaban asociados al deterioro del nervio auditivo.

El mío también.

¿No lo saben?

 

No, no lo saben. Junta un problema auditivo con una ataxia y ya se han perdido. Somos los propios pacientes –los más veteranos- los que buscamos información.

 

Fue el libro “Todo suena” escrito por uno de mis escritores favoritos, Lorenzo Silva, el que despertó mi curiosidad hacia los implantes cocleares. No he podido leerlo todavía, pero sé que es un reportaje sobre Anuca -la paciente Ana Aísa Blanco-, aquejada de sordera progresiva desde la adolescencia, que acude a la clínica Universitaria de Navarra como tabla de salvación tras tres partos que debilitaron aún más su capacidad auditiva… El extraño paralelismo de esta historia de superación con final feliz, con la mía propia me hizo ponerme a investigar por un único motivo:

-en mi vida Todo suena desde hace muchos años.

No puedo distinguir los sonidos que no veo. Algunos, casi todos. Y es lo que trabajo con mi logopeda además de seguir aprendiendo a leer en los labios.

¡Un momento!

¿Los sonidos se pueden ver?

La mayoría, pero van tan intrínsecos en la vida que no nos damos cuenta. Por ejemplo: alguien le da una bofetada a alguien. Todo el mundo lo ve y sabe lo que ha sonado, pero si no lo vemos la única que pregunta ¿qué ha sonado? Suelo ser yo.

 

Por tener el nervio auditivo dañado pensé, pensamos –mi logopeda también- que un implante coclear me podría ayudar. Me pidió que hablara con mi médico, pero no lo he hecho ni lo voy hacer. Cuando sospecho que tengo tapones voy al médico de cabecera –que es una de mis lectoras preferidas- y cuando vaya al neurólogo me dirá que si estoy loca o ahora hablo en chino si le comento algo de esto. O si me pongo pesada y para cumplir su papel tal vez me mande al de los oídos ¿Para qué…? Ya llevé audífonos, me gastaron económica y emocionalmente, me desahució un especialista en Madrid. ¿Recordáis?    

No estoy dispuesta a que me maten otra vez.

Decido investigar yo sola. La información abre muchas puertas, también las cierra pero sin daños colaterales.

 

Partiendo de que la enfermedad no afecta a dos personas por igual, ya que eso lo sé de sobra, encuentro que la presencia de problemas auditivos en pacientes de ataxia de Friedreich es desconocida. Se conocen mejor los otros síntomas; el déficit auditivo constituye una señal más rara, aunque, igualmente, sea origen de numerosas limitaciones”.

Bien, hablamos el mismo idioma. Sigo. Me interesa.

 

“No hay que ignorar que la sordera está posiblemente infravalorada, pues los investigadores no han realizado necesariamente las pruebas más sensibles (por ejemplo pruebas de comprensión del habla con ruido de fondo) y que los pacientes y su entorno no han sido quizás analizados de manera suficientemente detallada. Por ejemplo, la persona puede oír muy bien en general, pero sufrir dificultades de comunicación receptiva cuando se encuentra en un entorno ruidoso”.

Todo empeora con ruido y mucho. Hasta el punto de perder momentáneamente el tono de voz en ambientes muy ruidosos.

Ahora entiendo lo poco que me gusta el bullicio, ir a la feria en las noches que más gente hay; a las personas que hablan mirándome las entiendo bien porque me guío o leo sus labios, pero a mí nadie me oye porque me quedo sin voz. Yo me oigo, pero nadie más. Ni Juan a quien le tengo que tirar de la mano para decirle que estoy hablando.

¡Carajo… pues va a ser cierto eso de que nos hacemos mayores!

(Qué sería de mí sin ese puntito de humor que surge cuando intentan apagarme la luz.)

Pero sigamos…

 

“Se sabe muy bien que en la población general la gente confirma raramente la presencia de su déficit auditivo: debido al estigma social a la que va unido. A veces, es el entorno quien señala más las dificultades de comunicación receptiva de la persona afectada. La negación del problema auditivo por parte de las personas afectadas contribuye a su desconocimiento por la comunidad científica y ralentiza por ese mismo hecho la búsqueda de soluciones”.

Si no supiera que este artículo está escrito por expertos en audición canadienses diría que leyeron Fotos de un adiós…

                                                                                       

“La mayoría de las personas afectadas de sordera presentan lo que se llama en la jerga audiológica una "afección neurosensorial de origen periférico". La cóclea (conducto en espiral situado en la parte anterior del laberinto óseo del oído) es la que la mayoría de las veces está afectad. En el caso de pacientes de ataxia de Friedreich, la afección sería de origen más central: Serían las vías auditivas que separan la cóclea, su receptáculo, y el cortex los que estarían afectados. Por su parte, la cóclea sería esencialmente normal, de ahí la presencia de un audiograma poco o nada afectado”.

¡Protesto!

No me entero de nada, en cristiano please…

 

“Es de naturaleza evolutiva. No es posible ningún tratamiento médico o quirúrgico. La sordera se instala de manera insidiosa y probablemente es porque la persona afectada tarda en señalarla. Es necesario entender que esta afección, al afectar primero a los centros auditivos, presenta manifestaciones que pueden ser sutiles: la persona entiende la palabra, puesto que las capacidades de detección (capacidad para identificar la presencia o la ausencia de sonido o de voz) están bastante bien preservadas. El problema se sitúa más al nivel de descodificación, es decir, de la capacidad para identificar claramente lo que se dice. Es un poco como si la persona se enfrentara a una lengua extranjera: oye lo que se habla pero no llega a descifrar lo que se le quiere decir. El problema es más acentuado con ruido de fondo y en grupo, y las conversaciones en estas situaciones se hacen más y más difíciles”.

Por partes:

Se tarda en aceptar y se tarda en señalar, claro. Pero tampoco te hacen mucho caso los médicos, simplemente te engloban en un caso de perdida de audición más, porque esto es un tema desconocido para ellos. El tema de la sordera dentro de la ataxia lo es.

Eso de la descodificación… no es muy real. Nada en mi caso a no ser que no le vea la boca de quien me habla, o me llaman por teléfono; me cuesta entender a quien habla muy deprisa y no vocaliza nada. No le acabo de entender, los gestos dicen mucho pero las palabras nada.

Tampoco entiendo a quien me vocaliza despacio sílaba a sílaba enseñándome hasta la gargantilla al hacerlo, porque me ponen de tan mala leche que solo me dan ganas de hacerle un buen corte de mangas. Y si tienen problemas dentales ni te cuento.

Hay que hablar normal, pero mirándote a la cara.

Y las conversaciones en grupo llegan a ser temidas a veces, no ya porque te vayan a sacar de ella sino porque ni siquiera te van a dejar entrar…

 

La persona debe realizar esfuerzos suplementarios para poder formar parte de una conversación. Considerando que las personas atáxicas están con frecuencia en contacto con profesionales de la salud (para diagnóstico y readaptación), se puede pensar en el impacto que puede tener una comunicación deficiente en estos contextos”.

¿Impacto??

Te hace ser más fuerte, crearte un mundo interior inmenso, buscar con ansia la claridad. Y saber que la vida te ha enseñado una canción equivocada…

 

La lectura labial se revela como un medio natural y eficaz para suplir la pérdida de audición. Ciertos elementos del habla difíciles de captar auditivamente pueden ser interpretados mirando los labios del interlocutor. Por otra parte, el recurso a ciertas estrategias de comunicación puede facilitar grandemente la tarea de las personas afectadas, citemos como ejemplos: Hablar de cerca... Controlar los ruidos ambientales... Estar atento al rostro de su interlocutor... Informar al interlocutor de las dificultades auditivas y de los medios necesarios para favorecer una buena comunicación”.

Yo es que esto en sueños parece que ya lo he vivido, porque a mí nadie me dijo que aprendiera a leer en los labios. Salió de mí…

 

“Sospechamos que un buen número de personas afectadas de ataxia de Friedreich presentan un problema auditivo y no consultan simplemente porque sienten que nadie puede hacer nada por mejorar esta condición. Algunos quizás están resignados considerando que el problema auditivo sólo es una manifestación más de la ataxia de Friedreich y es preciso "aguantarse con su mala suerte".

Ustedes lo sospechan y yo se lo confirmo.

Y sé de otra que va por su segundo libro protestando para que no la chillen y diciendo como la tienen que hablar. Pero hasta ahora no le ha servido de N A D A.

Hay de todo, oiga usted…

 

“Si las personas afectadas se manifestaran más, se haría más fácil desarrollar un peritaje más accesible y enfoques nuevos y adaptados. Como mencionamos anteriormente, no tenemos una idea precisa del número de afectados, pero considerando los impactos negativos que puede tener una sordera en una persona ya con una minusvalía a otros niveles, creemos importante mencionar que este problema existe, que probablemente es más importante que lo que se piensa, y se puede ayudar”.

Y hay que querer ayudar… que esa es otra.

 


Bueno. No hay casi nada escrito que la vida no me haya enseñado ya a fuego lento. Me ciño a la perdida auditiva retro-coclear… que encontré en el otro único artículo que hay, mucho más lioso e imposible dialogar con él sin hacer una tesis doctoral… Mas nunca es tarde para saber por qué oigo mal aunque sea poco entendible que nadie me lo haya dicho antes. Y llego a lo que busco, pero saliéndome del tema ataxia (porque digo yo que en el caso de un paciente con ataxia de Friedreich se pueden realizar más pruebas ¿o no?):

 

    <<Los audífonos y los implantes cocleares no son efectivos, ya que el nervio no puede transmitir la información de sonido necesaria al cerebro. En algunos casos puede ser útil el implante de tronco cerebral (auditory brainstem implant, ABI)>>

Lo de los audífonos ya me lo podían haber dicho hace tiempo ahorrándome demasiados disgustos y dinero. Sin embargo, lo del implante del tronco cerebral, además de sonarme a árbol por lo del tronco y a mucha luz… y no tener ni idea de lo que es eso, huele y suena a esperanza ¿verdad? Se debería investigar.

 

Si yo tuviera veinte años no dudaría en mover cielo y tierra para que estudiaran mi caso de nuevo con esta información. Y posiblemente dejara de girar el mundo hasta que me operaran. Pero han pasado demasiados años, faltan estudios, la ataxia es degenerativa, y con los malditos recortes la seguridad social NUNCA costearía una operación tan cara. No hace falta ser muy listo para saberlo. Claro que quizás me surja un tío ingeniero alemán que intente convencerme de lo contrario y lo consiga.

Soy impredecible.

 

Hoy por hoy me conformo con haber abierto un rayo de luz a los que oímos menos por tener una ataxia de Friedreich. Ojalá que alguien lo pueda usar. Yo soy feliz sabiendo que sigo oyendo como siempre, y que no voy a perder del todo la audición si me cuido. Ya sabéis: utilizando los tímpanos con sonidos bajos y sin dejar que te chillen.

 

En mis palabras no hay resignación puesto que yo no la puse ahí ni me hablo con ella… Creo que hay sensatez y mucha, mucha, experiencia.

jueves, 17 de noviembre de 2016

¿Y tú quién eres?


No supe distinguir a una mujer guapa de una bella hasta que no la vi apoyada en aquella ventana.

 

La magia que la circundaba hacia vibrar de luz el gimnasio; el susurro de su voz, la suavidad de su sonrisa y aquellos ojos negros de enormes pestañas, contrastaban con la extraña y delicada palidez de su rostro. El flequillo tan cortito y la trenza medio deshecha avivaban mi fantasía: nunca había visto un ser celestial tan de cerca.

Me quité la chaqueta y enseguida vino a ayudarme, por lo que entendí que otra paciente no era.

-¿Eres la nueva voluntaria? –pregunté.

Mi fisioterapeuta desde otra sala, asomándose para mirarme, negó con la cabeza al mismo tiempo que ella decía que sí. Me despistaron esas dos respuestas tan diferentes y no presté mucha atención a su nombre pero lo entendí porque me sonaba...

-¿Cómo has dicho que te llamas? –pregunté con extrañeza.

-Margarita Rodríguez Garcés.

-¿Qué…?

-Es que es sorda –dijo alguien tocándose la oreja.

-No soy sorda, digo sí… que no coño que no, no soy sorda tengo problemas auditivos. Pero aquí y en casi todos los sitios la mayoría de la gente llama a quien no oye bien sordo, a mí me basta con que vocalicen sin exagerar y me miren cuando hablan –y centrándome solo en aquel ser celestial, que por suerte vocalizaba de maravilla, le dije- No te puedes llamar así…

Reconozco que me salió la queja sin muchas luces y sin un asomo de inteligencia.

-¿Por qué…? –me preguntó riendo y enseñando sus dientes perfectos.

-Porque es una canción de una película antigua –le decía mientras se encendía sin piedad mi radio interior… “Margarita se llama mi amor, Margarita Rodríguez Garcés una chica chica chica bum...”

-Ya lo sé, mi madre me cantaba la canción. Pero me llamo así –me dijo con una calidez que desbordaba la sonrisa de sus ojos.

“Una chica, chica, chica bum del calibre ciento ochenta y seis...”

Mi fisio me llamó y me preparé para el masaje.

“Margarita el pañuelo sacó cuando el tren hizo pi chacachá y una lágrima rodó, rodó…”

 

La memoria, mala leche y pesadez de mi radio interior, quisiera o no, daban color a mi vida y ahí estaba yo sonriendo como una idiota porque la canción de Margarita no me dejaba en paz… “Y una lágrima rodó, rodó, rodó por su rostro angelical. No llores más por mí le dije yo…”

Menos mal que era miércoles.

Había empezado a entretener a las personas más mayores del gimnasio leyéndoles mi novela de la guerra civil (es el mismo supuesto de antes…) o jugando con ellas a la pelota, ya que tanto leer en voz alta como jugar con un balón me venía también bien a mí. Y mi novela les encantaba porque aunque su mente ya no funcionaba bien aún tenían recuerdos de sus pueblos.

Aquel día mientras leía en voz alta, Margarita “Rodríguez Garcés una chica, chica bum… -apagué mi radio interior de un manotazo mientras me colocaba el pelo detrás de la oreja-”se arrimó a nosotros. Cogió el libro que había dejado sobre la mesa cuando Teodora empezó a explicarme que en la guerra hubo dos bandos.  Lo ojeó y miró la foto del autor. Me miró y volvió a mirar la foto.

-¡Pero si eres tú! –me dijo con la sorpresa más bonita que he visto en mi vida.

-No, es María Narro –le contestó Teodora.

Le guiñé un ojo sonriendo y dije que luego se lo explicaba pues me tenía que ir a la sala de masajes de nuevo. Me moría de curiosidad. Quería saberlo todo acerca de aquella Margarita “Rodríguez Garcés… ¡ya!”, pero he aprendido que aunque yo no oigo lo que dicen en otra habitación todo el mundo me oye a mí cuando pregunto por alguien, o hablo de alguien. Esté donde esté. Cuando acabaron de darme las corrientes en las piernas ya se había marchado.

Imaginé que otro día sabría más de la preciosa voluntaria que no era voluntaria con nombre de canción antigua.

 

Estaba preocupada, más bien inquieta, con una pregunta que me había hecho un periodista el día anterior. No quería parecer frívola y creo que lo fui. Nunca me habían hecho esa pregunta, ni nunca había pensado nada parecido.

Hacía poco había sido el día Internacional de la Ataxia, por lo que imagino que me preguntaron: ¿Le debes todo a la ataxia?

Me dan el guión con las preguntas antes de hacerme la entrevista para ayudarme con mis problemas auditivos, y no meter mucho la pata. Lo pido yo, claro.

Cuando leí ¿Le debes todo a la ataxia? Me quedé tan perpleja que creo que me enfadé… ¿Cómo le voy a deber todo a ese señor que vino a cenar y nunca se fue? No, no le debo nada. Se lo debo a mi esfuerzo, tesón y constancia. Llamé a todas las puertas para publicar mi segunda novela ocultando mi enfermedad, se trataba de que juzgaran mi forma de escribir no a mí; no quería ningún favor por ser especial. Una vez que les interesó ya hablé de mí porque no me avergüenzo de nada. Destapé en mi Facebook que voy en silla de ruedas y poco a poco les fui hablando de la ataxia de Friedreich. Por suerte hay una entrevista radiofónica en la que mi ex editor confirma esto, no acabamos bien y basta que yo diga una cosa  para él decir la contraria. Y en los demás libros en los que he participado nadie sabe que tengo una ataxia. La novela que estoy escribiendo ahora tampoco…

Algo así contesté.

 

Pero esta mañana me he levantado con resaca de incomodidad, como si la pregunta o la respuesta se me hubieran atragantado. Luego en el gimnasio con Margarita se me ha olvidado, y ahora que la radio interior por fin se ha quedado sin pilas… puedo preguntarme ¿Yo sería así sin tener una ataxia? ¿Sin haber conocido la enfermedad?

La verdad es que no lo sé, no puedo saberlo. Así, a bote pronto, se me ocurre que ni la madre Teresa de Calcuta ni Juana de Arco tenían una ataxia… no me comparo con ninguna, ni mucho menos; lo digo por la empatía de una y la fortaleza de la otra. Las circunstancias que nos rodean marcan nuestro carácter, nuestra forma de ser… ¡qué duda cabe! Pero de ahí a deberle todo a la Ataxia hay un abismo. Pienso yo.

Sé que hay quien piensa que mi primer libro me lo publicaron por estar enferma, mi opinión varia algo ya que intuyo que si el autor de cualquier libro no aporta nada al lector nadie te publica. Y con eso me quedo. La ataxia es cruel y no sirve negarlo, y creo que somos muy valientes los que, cumpliendo nuestro tratamiento, seguimos dando a conocer la ataxia de Friedreich y dedicándonos a otras cosas.

Porque se puede, si quieres puedes.

 

Mandé un correo electrónico al periodista cambiando la respuesta, y me puse a corregir un capítulo de mi novela del Antiguo Egipto.

 

(nota inquietante de la autora: decir que esto vuelve a ser otro supuesto como el de la guerra civil, ya no cuela ¿verdad?)

 

Cuando llegó Juan a casa nos fuimos a hacer la compra semanal. Íbamos hablando de la entrevista, de los dimes y diretes que circulan por Internet acerca de la curación de mi enfermedad…

-¡Se les va a caer el cielo encima…! Siempre igual. No es tan fácil ¡los avances científicos son lentos por muy reales que sean! Imagino que mucha de esa gente ni se tiene que preocupar por las facturas que llegan a su casa, ni por la subida de la luz… “Margarita se llama mi amor, Margarita Rodríguez Garcés, una chica chica chica bum…” ¡la hostia, otra vez!

-¿Otra vez qué….? –me preguntó con extrañeza mi marido.

-¡No me hagas caso! Voy a por un paquete de sal y ahora vuelvo.

 

Llevaba la silla eléctrica y así era más fácil moverme por el centro comercial yo sola. Volví hacia atrás antes de ir a buscar la sal y allí estaba, mi radio interior no se había equivocado. No tenía ganas de saludarla y Juan me estaba esperando “del calibre ciento ochenta y seis…”, pero algo en su expresión me hizo acercarme. Estaba sola. Mi radio interior se calló.

-¡Hola Margarita! –saludé.

Miraba a todo menos a mí. Me empezaba a sentir incómoda, era el ser celestial que había conocido aquella mañana pero tan diferente. Igual o más bella. Ausente. Distinta.

De repente se sentó en el suelo.

“¡Ala di que sí, a esperar el autobús en mitad del pasillo y que vengan los de seguridad!” Y recordé a mi fisioterapeuta negando su respuesta cuando había preguntado si ella era la nueva voluntaria.

-Margarita soy May ¿te acuerdas de mí…?

Me miró como una niña pequeña, muy pequeña.

-No.

-Vale… -“pues hasta luego, tendría que haber dicho”


-¿Y sabes dónde estás?

-No.

-Vale… -“pues llamo a los de seguridad y que me ayuden ¡pero no! ¡Es que no cambio con los años…! No cambio” –ponte de pie, te agarras a mi silla y damos una vuelta a ver si conoces a alguien.

La niña más obediente del mundo se levantó del suelo y se agarró a mi silla. Me miró disimulando una sonrisa.

-Venga, vamos –“¿pero a dónde voy yo? Si esta como una chota, tiene Alzheimer, amnesia… o se ha fumado dos porros y le han sentado mal ¿qué hago yo?”.

 

Se me ocurrió preguntar a los de seguridad si alguien había perdido a alguien; me dijeron que no, que la tarde transcurría muy tranquila. Mientras conversaba con ellos Margarita se aferró a mi mano. La palabra Alzheimer iba ocupando mi mente a pasos agigantados, cerca de nuestro gimnasio había un centro de día de personas mayores con esta enfermedad. Pero Margarita no tendría más de cuarenta años, por eso no la asocié con ellos. De lo que sí empezaba a estar segura era de que la mujer que se había agarrado a mi mano ni estaba borracha ni era drogadicta.

Juan se acercó al verme rodeada de gente. Me aproximé a él con Margarita de la mano.

-Te espero en el parque, tenemos que llamar a mi fisio. Acaba tú la compra ¿vale? –le dije.

 

Saqué a Margarita del centro comercial. Hacía buena tarde y nos arrimamos a un banco. Ella se sentó y yo busqué el móvil en mi alborotado bolso. No puedo mantener conversaciones telefónicas, pero sí dar un mensaje o pedir auxilio… y eso es lo que iba a hacer.

-Espérame aquí que voy a comprar pipas.

Asintió mientras balanceaba sus pies. Sonreí al mirarla, seguía siendo la mujer más bella que nunca vi; la terrible negrura que encarcelaba su mente sólo aumentaba su luz. Llamé a Amparo sin perderla de vista. Le conté lo que había pasado y le dije dónde estábamos. Al ratito mi móvil vibró. Mensaje fisio:

-No os mováis de ahí, en seguida voy.

Mucho más relajada volví al banco.

-¿Y las pipas? –preguntó mirando mis manos.

-¡No te vas a creer la tarde que llevo hoy... Margarita! Primero se me olvida la sal y luego las pipas. 

 

 

-¡Muchas gracias, May! –me dijo Amparo cuando llegó al parque- Su hermana la está buscando.

Antes de marcharse con mi fisioterapeuta Margarita me dio dos besos.

-¿Qué pasaba? –me preguntó Juan que ya estaba junto a mí.

-¡Y yo que sé! Me he enterado de la película a medias.

-¿Pero quién era esa mujer que llevabas de la mano?

-Margarita Rodríguez Garcés.

-¡Anda ya…!

-Eso digo yo –le dije alzando las cejas- Vámonos a casa.

 

El móvil vibró de nuevo. Mensaje fisio:

-Te he mandado un correo electrónico en el que te cuento todo…

 

Al llegar a casa miré el ordenador y allí estaba.

Ni siquiera se llamaba Margarita sino Alicia.

En el correo me decía Amparo que había sido la única superviviente de un accidente de tráfico hacía dos años; en él murieron sus hijos y sus padres. Estaba separada y a raíz del accidente padece Alzheimer, no sabe lo que pasó y creo que es mejor así. Se creó una vida y un nombre diferente, y su hermana se hizo cargo de ella. Cada vez los episodios de desorientación y de no recordar nada son más frecuentes, por eso pasa los días en el centro que hay al lado del gimnasio. Ahora un cirujano quiere operarla porque si no morirá en meses; está en fase terminal.

Alicia es la hermana de mi mejor amiga.

Muchas gracias por lo que has hecho May. Te veo mañana.

 

 

-Bueno y qué… ¿Quién era esa mujer? –preguntó Juan poniendo sus manos en mis hombros y mirando la pantalla.

-Margarita… Rodríguez Garcés –dije haciendo una mueca de sonrisa con los labios hacia dentro.

viernes, 28 de octubre de 2016

Diez años después… (marzo 2013)


con la rondalla de mi pueblo, Aranzueque.
Te mentiría si dijera

que nunca pregunté al viento

si tú me querías…

Te mentiría.

 

Te mentiría si dijera

que no he visto, en el ocaso de la luna,

a una sirena llorar,

que no he visto a miles de cisnes

rendirse ante la adversidad,

que no he visto tenues estrellas

vagando en la oscuridad.

 

Te mentiría si dijera

que la vida es un tobogán

de dulces sensaciones,

que la vida nace y muere

con cada valiente,

que la vida es una senda

ya marcada...

Te mentiría.

 

Te mentiría si dijera

que nunca he visto marchitarse

la primavera,

que nunca he visto quebrarse

una quimera,

que nunca he visto perderse

mi fuerza entera.

 

Te mentiría si dijera

que siempre pregunté al viento

por qué a mí...

Te mentiría.


21 de marzo de 2013

 

Hoy empieza la primavera y hace veinticinco años que me operaron para no ser madre, pero no estoy triste. Nada de nada. Aunque por entonces se equivocaron ya que para que un hijo mío hubiera tenido una ataxia de Friedreich debería haber sido portador mi pareja del gen que provoca la enfermedad ya que yo, obviamente, lo tengo. En esto de las enfermedades hereditarias y  genéticas hay un gran desconocimiento todavía.

Pero en lo que no se equivocaron es en que iba a tener suficiente en la vida con cuidar de mi misma, además de que Juan y yo nos hemos vuelto muy vagos. No me apena no haber tenido hijos, con siete sobrinos y un peludo de cuatro patas es más que suficiente. Sí siete, mi hermana Valeria tuvo dos hijos; el mayor de ellos será el próximo escritor de la familia. Porque yo me he convertido en escritora publicada… o eso dicen. Lo de escritora quiero decir.


Mira, en fin… para entendernos: que me han publicado dos novelas y un libro de poesía, pero a día de hoy, y de mañana también, no te vayas a creer que he jubilado a Juan. Ni mucho menos. Ni por lo más remoto del cielo nos hemos acercado a ese sueño, querido diario, yo sigo siendo la misma oveja negra de siempre solo que diez años después…

 

“¿Con casi cincuenta años?”

Sí… me faltan dos, pero no vale repetirlo.

 

“¿Y el peludo?”

Buscaba un hogar y nos encontró.