Una
calurosa mañana del mes de Junio, cuando volvía con mamá del gimnasio (me había
empezado a acompañar, tenía que agarrarme a su brazo), nos encontramos a Sofía,
la hermana pequeña de Candela, en el portal. Mi madre me dio las llaves de casa
y ella se fue a comprar. Pero antes de subir me senté un ratito en las
escaleras al lado de Sofía:
-¿Hoy no
tienes cole? -le pregunté.
-Estoy
mala -contestó sin mirarme.
-¿Qué te
pasa ?
-Me duele
la cabeza como a los mayores.
-Ah.
Totalmente
perpleja intenté vislumbrar en la carita de aquella niña alguna sonrisa, Sofía
era muy simpática, pero tuve que reconocer que estaba demasiado seria.
-¡Candela
es bruta! -dijo de repente.
-¿Qué…?
-Que Candi
es una bruta y mami la ha echado de casa.
Me
empezaba a reír cuando me di cuenta que Sofía comenzaba a llorar.
-A ver
cariño, por qué no te sientas aquí -le señalé una de mis rodillas- y me lo
cuentas.
La pequeña
se sentó encima de mí y continuó:
-Candi se
fue anoche de casa porque mami la echó -dijo mientras se limpiaba los mocos con
la manga de la chaqueta y sorbía su nariz- y yo... y yo... -hipaba tanto que me
costaba entenderla- me quiero ir también... ¿May?
-Dime
cielo.
-¿Por qué
es malo ser bruta?
-Pues la
verdad, Sofía, ser bruta... malo malo no... -le decía mientras buscaba un
pañuelo de papel en uno de mis bolsillos del chándal.
-Oye May,
es que mami también la llamo postituta...
Abracé a
Sofía olvidándome del pañuelo, y cuando sentí que su llanto se calmaba le
pregunté si quería jugar con mis muñecos de peluche y montar en la bicicleta
estática un rato. Asintió mirando al suelo. Me apoyé en la pared y me levanté.
Tomé a Sofía de la mano y subimos a su casa a avisar a su madre de que me
llevaba a la niña un rato. La pequeña no hizo más preguntas, y yo, ayudada por
la bici, a cuyos pedales apenas llegaba Sofía, por mis muñecos y alguno de mis
cuentos, pude reponer en su preciosa carita la sonrisa que nunca debió
desaparecer, no en un niño, en un ser puro e inocente la sonrisa debería ser
perpetua y las miserias de los mayores quedarse fuera.
- Crispín, el fantasma que sólo sabe reír
ji, ji, ji -
... En el
continente más cercano a las estrellas existía un pequeño país llamado
Fantasmilandia. Allí encontramos a nuestro protagonista, Crispín, aunque os
advierto que si no se pone el uniforme de fantasma, ósea la sábana blanca, no
le podremos reconocer porque en este fantástico país todos son iguales. Desde
el mandamás don Nicolás hasta el fantasma mendigo don Cirilo.
Aquel día
había reunión extraordinaria, urgente, ponía en los carteles repartidos a lo
largo y ancho del país. Todos los habitantes de Fantasmilandia, con sus sábanas
relucientes, se encontraban reunidos en el ayuntamiento. Entre ellos reinaba un
silencio absoluto, en sus caras había preocupación menos en una que como
siempre había dibujada una gran sonrisa, la de Crispín. D. Nicolás dio comienzo
a la sesión.
-Os he
mandado reunir para intentar entre todos buscar una solución al problema que sospecháis.
Desde siempre los jóvenes fantasmas tienen que pasar una prueba para
convertirse en adultos. Todos los más jóvenes de la generación de los últimos
cien años han pasado la prueba excepto Crispín. Tiene algo que decir el
aludido.
-Sí, claro -dijo el fantasma- creo que fue
cosa del destino que al trasladarme de país fuera a aterrizar junto al cesto de
la ropa lavada de una señora, ¡vaya tino!, me confundió con una sábana y me
tendió con dos horquillas aquí, en los sobaquillos, y de todos es sabido las
cosquillas que producen las horquillas en los...
-Bueno ya
está bien -le cortó don Nicolás al ver que los demás fantasmas intentaban
contener la risa- te mandamos allí a que cumplieras el primer deber del fantasma:
asustar. Y en vez de eso ¿qué hiciste?. Déjalo Crispín no contestes -le cortó
de nuevo en cuanto vio que el fantasma hacía ademán de hablar- Causaste una
epidemia de risa que duro dos días con tu risa contagiosa y tuvimos que llamar
a los salva-fantasmas a rescatarte del tendedero. De esta forma no superaste la
prueba y ¿sabes lo que dice la ley en un caso como éste?-prosiguió don Nicolás-
Deberás vagar por un castillo fuera de tu país hasta que logres asustar. Si
alguien no esta de acuerdo que lo diga.
Nadie
contestó, en la gran sala se oyó un ¡ohhhhh!, pero nuestro amiguito no dejó de
sonreír porque viajar era lo que más le gustaba hacer.
Llegó
Crispín al castillo de “si me ves no me olvides” de un país muy lejano al suyo.
Pero el castillo estaba vacío, lo habían convertido en museo, mas todavía no
estaba abierto al público, por lo que el fantasma se instaló a sus anchas sin
aburrirse entre tanto cuadro. Pasados cuatro o cinco años el castillo recibió
al primer grupo de visitantes. Venían desde Japón. Crispín se había preparado a
conciencia para poder asustarlos. Se apareció ante dos japoneses que se habían
despistado de los demás y dijo su mejor ¡U U UHHHHH! (su madre hubiera estado
orgullosa). Los señores japoneses exclamaron: -¡Por fin un fantasma! -. Y
empezaron a hacerle fotografías, pronto la habitación se llenó de más gente
haciendo fotos: -Por favor mire aquí, señor fantasma. Otros decían: -Ahora de
medio lado, señor fantasma. Y el ruido
de las cámaras de fotos: clic, clic, clic...
Crispín desapareció muy asustado.
Pasó un
par de meses sin que el fantasma se volviera a presentar ante nadie, al final
se decidió o nunca iba a regresar a su país y echaba de menos a su familia.
El grupo
que visitaba el castillo ese día eran las niñas de un colegio. Crispín se
acercó a su habitación preferida y allí encontró a la niña más guapa que
hubiera visto nunca. Estaba sentada en un sofá a punto de llorar. Crispín se
sentó a su lado y rozó su brazo. La niña se sobresalto al verle pero el
fantasma le dijo:
-Por favor
no te asustes (¡si le oyera su madre y D. Nicolás!) , soy el fantasma Crispín y
estoy en este castillo para ver si puedo asustar y poder regresar a mi país
para ser adulto. ¿Comprendes? -vio que la niña movía la cabeza diciendo que no-
verás, debo pasar una prueba para ser mayor y ya la he fallado dos veces
-Crispín le contó lo que le había pasado y vio como la niña reía. Esa fue la
vez que mejor se sintió al hacer reír.
-Yo soy
Olivia pero no entiendo porque no has querido asustarme, así podrías haber
regresado a tu país.
-A veces
hay que elegir y yo elegí no asustarte, pero dime ¿por qué estás aquí sola? -le
preguntó el fantasma.
-Es que...
yo no puedo andar tan deprisa como las demás, me canso -le contestó Olivia con
lágrimas en los ojos- ¿Ves estos aparatos en mis piernas? por llevarlos no
puedo correr y...
-Yo
tampoco puedo correr ni tan siquiera andar -dijo Crispín- pero puedo flotar,
reír... Seguro que tu puedes hacer otras muchas cosas ¿no? -la niña asintió
tímidamente- sin creerte más ni menos que nadie, eso es algo que me enseñó mi madre
cuando era pequeño, que por lo menos hace trescientos años.
-¿Trescientos
años? -exclamó Olivia.
-Bueno,
confieso que me has pillado en realidad son cuatrocientos cincuenta y ocho,
pero yo pensaba que aparentaba menos -decía sonriendo Crispín- Seguro que tus
amigas te están buscando porque quieren estar contigo.
-¿Tú
crees? -le preguntó la niña- De repente, me encontré sola y no pude correr para
alcanzar a los demás y me quedé sentada aquí...
Se oyeron
pasos fuera de la habitación, Crispín desapareció.
-¡Olivia!,
llevo un buen rato buscándote -le dijo su amiga Mary- la profesora me mando a
recepción y cuando volví ya no estabas. ¿Quieres que descansemos un rato? este
castillo es enorme...
-¡OLIVIA! ¡MARY!
-una voz tremendamente chillona hizo retumbar las paredes del castillo. La
dueña de la voz se presentó en la habitación. Aún teniendo a las niñas enfrente
seguía chillando: -SOIS UN PAR DE NIÑAS MALAS Y DESOBEDIENTES, CREÍ QUE...
-Lo siento
mucho señorita Lolita...
-NO ME
CONTESTES OLIVIA...
Crispín, que
seguía allí, pensó que había llegado la hora de cumplir su misión. Con gran
desparpajo se apareció entre las niñas y la profesora y mirando a ésta lanzó un
subliminal: - ¡U U UHHHHHHHHHHH! Fue tal el susto que se llevó la señorita
Lolita que cayó de culo al suelo con los ojos desorbitados. Las niñas acudieron
a ayudarla.
-¿Eso no
era un fantasma?-preguntó Mary.
-Por
supuesto y de los mejores -le contestó Olivia al tiempo que se volvía para
hacer un guiño y lanzar un beso a Crispín, quien ya podía regresar a su país.
-¡Hasta
siempre y no olvides lo que me enseñó mi madre! -diciendo esto nuestro amigo
desapareció, pero no del castillo pues todavía no había recibido el visto bueno
desde Fantasmilandia. Se estaban retrasando y Crispín impacientando hasta que oyó:
-Prueba
superada ¡puedes volver!
-¡No hace
falta que lo diga más don Nicolás!
Aquella
noche mi hermana durmió en casa de una amiga. Serían cerca de la una y me era
imposible conciliar el sueño, deseaba tanto hablar, olvidar negros pensamientos
y pegar cuatro risillas... Todos dormían. Me levanté y abrí con sigilo la
ventana de mi habitación, subí despacio la persiana y una hermosa luna, llena
de luz, me dio las buenas noches.
Estábamos
a primeros de Junio y la noche aún refrescaba por lo que cogí una bata rosa y
me la puse encima del camisón de tirantes. Encendí un cigarrillo y me acodé en
el alféizar de la ventana. La lechosa luz de la luna cincelaba los tejados de
un rojo ardiente, las paredes encaladas las fundía y derretía como la nieve de
finales de invierno, y el fondo de aquel rectangular patio de luces
inmensamente gris, lo transformaba en un pozo estéril... Siempre acababan
dándome miedo las alturas. Los pequeños tendederos vacíos me inspiraban
tristeza. Se oyó el camión de la basura. Los pies se me estaban quedando fríos.
Apagué el cigarro y me tumbé, sin cerrar la ventana, sobre la cama. Así estaba
mejor. La luz de la luna acariciaba mi inquietud. El saber que habían echado de
casa a mi vecina Candela me había afectado, pero como decía Juan, yo no podía
hacer nada, ni tan siquiera pedirle a su madre algún número de teléfono para
ponerme en contacto con ella. “No se puede hablar con quien no quiere
escuchar”, no supo escuchar, al menos, cuando pudo... si es que alguna vez
pudo, pero yo no puedo hacer nada salvo querer a Sofía. ¡Eso es! Querer mucho a
Sofía, que note cuanto menos la ausencia de su hermana, no será difícil
quererla un poco más... ¡Sofía…! sólo tiene cinco añitos... ¡me la comería a
besos y abrazos!, seguro que mi hija, la que algún día nazca de aquí, de mi
vientre, será igual que Sofía. Mi hija..., nuestra hija Juan. Juan... Juan...
Juan ¿tampoco puedes dormir y estás pensando en mí? Dile que le quiero, bella
mensajera llena de luz. Mucho, mucho. Que le siento a cada respirar y que
respiro por él.
Me
incorporé en la cama y me senté. Cogí un cuaderno y un boli del cajón de la
mesita y bajo un rayo de luna, dejé que mi mano rescatara la melodía que
anidaba en el dulce caos de mi corazón...
“Una
música,
aquel beso
aquellos
labios.
Un sueño,
una pasión,
una
ilusión,
que vuela,
crece,
y me mece.
En otro
mundo, en otro lugar,
en mi
lugar.
En otra
vida,
una
música, una lágrima,
el mayor
beso”
-Dale las
buenas noches y dile que le quiero- alcancé a susurrar a mi seductora amiga que
veía por la ventana mientras me tumbaba y cerraba los ojos.
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