-¿Que el abuelo no va a venir?
-No, May... está muy mal.
-Joder joder joder... ay
perdón, luego iremos a verle, antes de irnos a confesar. No se te olvide que a
las cinco debes ir a por mi vestido y el ramo... ¿quién va a ir a por el
ramo?... ¡Por el amor de Dios, Pedro, cuelga el teléfono que me tiene que
llamar Juan! A mí me da algo, ¡mamá, pero si es que cada vez que me siento se
me sube el cancán y no se me ve la cara!
-Con el vestido el cancán no se
sube...
-¿Tú estás segura?... no tiene
ni fruta gracia Valeria, no te rías ¡Esta falda parece una jaula! ¡Mamá, pero
mamá, qué no quepo por la puerta!
-¡Te quieres quitar el cancán y
los zapatos de una vez que los vas a manchar para mañana!
-Joder la peluquera la tengo a
las ocho de la mañana... ¿Cómo quieren que este a la una en la iglesia? ¡No me
da tiempo!
-May, toma. Estaba en el buzón
–Valeria me entregó una carta- oye, ¿has desistido ya de llevar las gafas de
sol debajo del velo? Piénsalo mejor, yo creo que las negras apenas se iban a
notar...
-¡Ay coño, Valerita! Esto no
tiene ninguna gracia... ¡Pedro, el teléfono!
-¡Pero, May, deja de decir
palabrotas!
-¿Quién? ¿Yo?... ay bueno sí...
perdona Valeria... estoy muy nerviosa... y no es justo que el abuelo... no es
justo... el cáncer... no es justo no es justo no es justo... y mañana me
caso... ¡Todo lo hago al revés!
Mi hermana me abrazó, y después
de comer, mucho más tranquila, me acordé de la carta. Miré el remite. Era de Candela.
¡Candela!. Rasgué el sobre enseguida y sentándome sobre una de mis piernas en
el sofá, con avidez me dispuse a leerla:
Querida May; el otro día vino
mi madre a verme y me dijo que te casabas el sábado. También me dijo que mi
hermanita Sofía llevará las arras; te lo agradezco de veras, la pequeña te
quiere mucho y no para de hablar de ti, eso dijo mi madre.
Y yo soy feliz si mi familia lo
es.
May, me gustaría verte vestida
de novia pero no me dejan salir. Tiene que ser así. Estoy ingresada en una clínica,
algo que tiene que ver con El proyecto
Hombre, no sé si sabrás de lo que te hablo. Llevo aquí dos semanas. Dos
semanas sin pincharme, tan sólo me dejan fumar, rubio como tú, pero tengo los
cigarrillos racionalizados. Esto es muy duro, pero la música me ayuda... me
trae recuerdos de mi niñez.
No sé por qué me acuerdo mucho
de ti, de cuando no podías casi subir las escaleras o cuando apenas te atrevías
a cruzar la calle tú sola, ¿te acuerdas? Espero que ya estés bien, saber que te
casas ha sido una gran noticia.
Yo también conocí a alguien que
me enseñó que entre un hombre y una mujer puede haber Amor, y por primera vez
lloré de vergüenza cuando dijo que se quería casar conmigo... ¡Con una puta!
Una puta que tiene la sangre borracha de cocaína y sin ese polvo blanco ya no
puede vivir.
Hay mujeres que disfrutan con
cualquier hombre, mamarracho o príncipe. Yo no May, créeme, al principio sí,
puede... ¡hace tanto tiempo! Cuando yo elegía con quien quería tener sexo y no
conocía las drogas, pero luego, cuando supe que cada polvo podía ir bañado en
ternura y ausente de insultos y golpes, me dio asco. Mucho asco, May, sobre
todo cuando necesité el dinero y tuve que esperar a que se corrieran para que
me pagaran.
Pero un día apareció Pablo.
Pensé que era tarde, que ya nada importaba, pero me equivoqué. Me enamoró su
mundo, sus palabras, sus cuadros, sus dioses mitológicos, la Odisea , Ulises, Ítaca, ese
buscar siempre la belleza de la vida cavando en la oscuridad. Me enamoré de él,
May. Dice que yo soy su Selene “equivocada”, que necesito encontrar el
camino... Y por eso estoy aquí, por él, y por mi familia a la que quiero con
locura y que, cuando mis venas están limpias siempre llevo en el corazón.
En principio la semana que
viene ya puedo salir, pero sólo durante el fin de semana y me muero por ver
sobre todo a la peque. Hace tres meses que no la he visto, aunque casi son dos
años los que vivo sin ellos a veces iba al colegio de Sofía, durante los
recreos, me escondía detrás de la verja y palpaba su bendita alegría. Los
quiero mucho, a la pequeña más.
Tengo que apagar la luz, mañana
pediré que echen la carta.
Se muy feliz.
Tu amiga, Candi.
-¿Por qué lloras?
-Por nada, Pedro, sólo me he
emocionado al recibir mi primer regalo de boda.
Por la tarde, después de haber
estado con el abuelo contagiándole nuestra alegría y nervios, mientras él
disimulaba sus dolores, Juan y yo fuimos a confesarnos.
Y sentí miedo en el lugar que
siempre me había inundado de Paz. Miedo y desilusión.
Y supe que yo sólo creía en
Dios y no en los curas, porque no me atreví a confesarle que me había hecho una
ligadura de trompas. ¿Cómo iba a entender aquel extraño con sotana negra que yo
no deseaba que nadie y menos un hijo mío, pasara por lo mismo que yo? Si yo
misma pensaba que había cometido un crimen ¿qué iba a pensar él cuando estaban
en contra de los anticonceptivos?
Y supe que los sacerdotes sólo
son unos hombres más, unos hombres escasos de fe. Porque no basta con tener una
fe eterna en Dios, hay que tener fe en los demás, fe en la vida; no se puede o
yo no pude concebir que dijera imperativamente
-eso sí, susurrando-:
-Todavía estás a tiempo Juan,
ella es una mujer enferma.
Y turbada y conmocionada,
arrodillada en un viejo banco de madera, ante la Cruz , entendí que Dios estaba
conmigo, dentro de mí, y que a veces no hacen falta intermediarios.
Yo había querido que nos casara
don Víctor, el cura del barrio. Un sacerdote me había convencido de que daba
igual el hombre que oficiara la ceremonia, porque el que nos casaba era Dios. Y
arrodillada ante el Altar, aquella tarde, comprendí que llevaba razón.
Al anochecer, ya de vuelta en
casa y saboreando un sabor a familia que la vida me había obligado a dejar
atrás hacía mucho tiempo, mamá me bañó como cuando era pequeña. Luego,
esperando al sueño sobre mi cama con Valeria y Adela, la novia de Pedro,
hablando de que no había echado de menos una despedida de soltera -¡ni me
acordé!-, ante la sorpresa de todos y la mía propia, Morfeo me raptó
concediéndome un sueño profundo y reparador.
Pero a la mañana siguiente no
me desperté oyendo el despertador como siempre, y sí, irguiéndome con una
rapidez inusitada al escuchar la marcha nupcial.
Y me volví a tumbar sonriendo
al darme cuenta que la boda no había empezado, sino que mi hermana y la novia de
Pedro la tarareaban al traerme el desayuno a la cama. Mas el desayuno fue
excesivamente frugal y mi sonrisa se evaporó al mirar al reloj. ¡Las siete de
la mañana! De nada sirvió que me dijeran
que me peinaban al lado de casa y que la peluquera no abriría hasta las ocho en
punto.
Minerva empleó todo su arte en
elaborar, con mi propio pelo, una redecilla adornada con alfileres blancos que
cubría parte de la larga melena suelta. Mientras trabajaba me contó que había
empezado a ir a la
Universidad. Iba por las tardes. Se había matriculado en
periodismo y aunque invadía demasiados pastos, tanto esfuerzo la compensaba.
Además, contaba con la ayuda incondicional de sus padres y de Jandro, el padre
de su hija.
Dijo que estaba muy ilusionada
con mi boda, no sabía por qué, o por entonces no lo supe.
-¿Os vais de viaje, May?
-Claro, hemos alquilado un piso
en la costa, nos vamos mañana y estaremos diez días –hablaba mientras contenía
la emoción viendo aparecer a una bella y desconocida princesa en el espejo
ocupando mi asiento. Una princesa con iris alados de ilusiones brillantes,
proyectos, e infinitas esperanzas.
Al despedirnos me dio un beso
y, aunque ambas dudamos, acabamos fundidas en un abrazo. Me repitió muchas
veces que fuera feliz y cuando ya me iba con mi madre, nos dijo que esperáramos
un momento. Desapareció y volvió con una cajita de cristal. Me pidió que la
abriera y al hacerlo empezaron a sonar las Rosas
de otoño de Gardel. Dentro de la caja había una inscripción grabada con
letras blancas sobre un fondo azul de raso, decía así:
“El matrimonio es un puente que
conduce al cielo”
-Es un pensamiento de
Zaratrusta. Es para ti May... y no permitas a nadie ni a nada que obstaculice
tu puente –decía mientras apretaba mis manos.
-No... no puedo aceptarlo Mini.
-Sí, si puedes... porque son
las doce menos cuarto.
-¡Vaya! Porque tengo prisa y no
puedo faltar... ¡No lo olvidaré nunca!
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