Claridad, la novela

jueves, 14 de julio de 2016

8-III


-¿Que el abuelo no va a venir?

-No, May... está muy mal.

-Joder joder joder... ay perdón, luego iremos a verle, antes de irnos a confesar. No se te olvide que a las cinco debes ir a por mi vestido y el ramo... ¿quién va a ir a por el ramo?... ¡Por el amor de Dios, Pedro, cuelga el teléfono que me tiene que llamar Juan! A mí me da algo, ¡mamá, pero si es que cada vez que me siento se me sube el cancán y no se me ve la cara!

-Con el vestido el cancán no se sube...

-¿Tú estás segura?... no tiene ni fruta gracia Valeria, no te rías ¡Esta falda parece una jaula! ¡Mamá, pero mamá, qué no quepo por la puerta!

-¡Te quieres quitar el cancán y los zapatos de una vez que los vas a manchar para mañana!

-Joder la peluquera la tengo a las ocho de la mañana... ¿Cómo quieren que este a la una en la iglesia? ¡No me da tiempo!

-May, toma. Estaba en el buzón –Valeria me entregó una carta- oye, ¿has desistido ya de llevar las gafas de sol debajo del velo? Piénsalo mejor, yo creo que las negras apenas se iban a notar...

-¡Ay coño, Valerita! Esto no tiene ninguna gracia... ¡Pedro, el teléfono!

-¡Pero, May, deja de decir palabrotas!

-¿Quién? ¿Yo?... ay bueno sí... perdona Valeria... estoy muy nerviosa... y no es justo que el abuelo... no es justo... el cáncer... no es justo no es justo no es justo... y mañana me caso... ¡Todo lo hago al revés! 

Mi hermana me abrazó, y después de comer, mucho más tranquila, me acordé de la carta. Miré el remite. Era de Candela. ¡Candela!. Rasgué el sobre enseguida y sentándome sobre una de mis piernas en el sofá, con avidez me dispuse a leerla:

Querida May; el otro día vino mi madre a verme y me dijo que te casabas el sábado. También me dijo que mi hermanita Sofía llevará las arras; te lo agradezco de veras, la pequeña te quiere mucho y no para de hablar de ti, eso dijo mi madre.
Y yo soy feliz si mi familia lo es.
May, me gustaría verte vestida de novia pero no me dejan salir. Tiene que ser así. Estoy ingresada en una clínica, algo que tiene que ver con El proyecto Hombre, no sé si sabrás de lo que te hablo. Llevo aquí dos semanas. Dos semanas sin pincharme, tan sólo me dejan fumar, rubio como tú, pero tengo los cigarrillos racionalizados. Esto es muy duro, pero la música me ayuda... me trae recuerdos de mi niñez.

No sé por qué me acuerdo mucho de ti, de cuando no podías casi subir las escaleras o cuando apenas te atrevías a cruzar la calle tú sola, ¿te acuerdas? Espero que ya estés bien, saber que te casas ha sido una gran noticia.

Yo también conocí a alguien que me enseñó que entre un hombre y una mujer puede haber Amor, y por primera vez lloré de vergüenza cuando dijo que se quería casar conmigo... ¡Con una puta! Una puta que tiene la sangre borracha de cocaína y sin ese polvo blanco ya no puede vivir.

Hay mujeres que disfrutan con cualquier hombre, mamarracho o príncipe. Yo no May, créeme, al principio sí, puede... ¡hace tanto tiempo! Cuando yo elegía con quien quería tener sexo y no conocía las drogas, pero luego, cuando supe que cada polvo podía ir bañado en ternura y ausente de insultos y golpes, me dio asco. Mucho asco, May, sobre todo cuando necesité el dinero y tuve que esperar a que se corrieran para que me pagaran.

Pero un día apareció Pablo. Pensé que era tarde, que ya nada importaba, pero me equivoqué. Me enamoró su mundo, sus palabras, sus cuadros, sus dioses mitológicos, la Odisea, Ulises, Ítaca, ese buscar siempre la belleza de la vida cavando en la oscuridad. Me enamoré de él, May. Dice que yo soy su Selene “equivocada”, que necesito encontrar el camino... Y por eso estoy aquí, por él, y por mi familia a la que quiero con locura y que, cuando mis venas están limpias siempre llevo en el corazón.

En principio la semana que viene ya puedo salir, pero sólo durante el fin de semana y me muero por ver sobre todo a la peque. Hace tres meses que no la he visto, aunque casi son dos años los que vivo sin ellos a veces iba al colegio de Sofía, durante los recreos, me escondía detrás de la verja y palpaba su bendita alegría. Los quiero mucho, a la pequeña más.
Tengo que apagar la luz, mañana pediré que echen la carta.
Se muy feliz.
Tu amiga, Candi.

-¿Por qué lloras?
-Por nada, Pedro, sólo me he emocionado al recibir mi primer regalo de boda.

Por la tarde, después de haber estado con el abuelo contagiándole nuestra alegría y nervios, mientras él disimulaba sus dolores, Juan y yo fuimos a confesarnos.

Y sentí miedo en el lugar que siempre me había inundado de Paz. Miedo y desilusión.
Y supe que yo sólo creía en Dios y no en los curas, porque no me atreví a confesarle que me había hecho una ligadura de trompas. ¿Cómo iba a entender aquel extraño con sotana negra que yo no deseaba que nadie y menos un hijo mío, pasara por lo mismo que yo? Si yo misma pensaba que había cometido un crimen ¿qué iba a pensar él cuando estaban en contra de los anticonceptivos?

Y supe que los sacerdotes sólo son unos hombres más, unos hombres escasos de fe. Porque no basta con tener una fe eterna en Dios, hay que tener fe en los demás, fe en la vida; no se puede o yo no pude concebir que dijera imperativamente  -eso sí, susurrando-:

-Todavía estás a tiempo Juan, ella es una mujer enferma.

Y turbada y conmocionada, arrodillada en un viejo banco de madera, ante la Cruz, entendí que Dios estaba conmigo, dentro de mí, y que a veces no hacen falta intermediarios.
Yo había querido que nos casara don Víctor, el cura del barrio. Un sacerdote me había convencido de que daba igual el hombre que oficiara la ceremonia, porque el que nos casaba era Dios. Y arrodillada ante el Altar, aquella tarde, comprendí que llevaba razón.

Al anochecer, ya de vuelta en casa y saboreando un sabor a familia que la vida me había obligado a dejar atrás hacía mucho tiempo, mamá me bañó como cuando era pequeña. Luego, esperando al sueño sobre mi cama con Valeria y Adela, la novia de Pedro, hablando de que no había echado de menos una despedida de soltera -¡ni me acordé!-, ante la sorpresa de todos y la mía propia, Morfeo me raptó concediéndome un sueño profundo y reparador.
Pero a la mañana siguiente no me desperté oyendo el despertador como siempre, y sí, irguiéndome con una rapidez inusitada al escuchar la marcha nupcial.
Y me volví a tumbar sonriendo al darme cuenta que la boda no había empezado, sino que mi hermana y la novia de Pedro la tarareaban al traerme el desayuno a la cama. Mas el desayuno fue excesivamente frugal y mi sonrisa se evaporó al mirar al reloj. ¡Las siete de la mañana! De nada  sirvió que me dijeran que me peinaban al lado de casa y que la peluquera no abriría hasta las ocho en punto.


Minerva empleó todo su arte en elaborar, con mi propio pelo, una redecilla adornada con alfileres blancos que cubría parte de la larga melena suelta. Mientras trabajaba me contó que había empezado a ir a la Universidad. Iba por las tardes. Se había matriculado en periodismo y aunque invadía demasiados pastos, tanto esfuerzo la compensaba. Además, contaba con la ayuda incondicional de sus padres y de Jandro, el padre de su hija.
Dijo que estaba muy ilusionada con mi boda, no sabía por qué, o por entonces no lo supe.

-¿Os vais de viaje, May?
-Claro, hemos alquilado un piso en la costa, nos vamos mañana y estaremos diez días –hablaba mientras contenía la emoción viendo aparecer a una bella y desconocida princesa en el espejo ocupando mi asiento. Una princesa con iris alados de ilusiones brillantes, proyectos, e infinitas esperanzas.

Al despedirnos me dio un beso y, aunque ambas dudamos, acabamos fundidas en un abrazo. Me repitió muchas veces que fuera feliz y cuando ya me iba con mi madre, nos dijo que esperáramos un momento. Desapareció y volvió con una cajita de cristal. Me pidió que la abriera y al hacerlo empezaron a sonar las Rosas de otoño de Gardel. Dentro de la caja había una inscripción grabada con letras blancas sobre un fondo azul de raso, decía así:

“El matrimonio es un puente que conduce al cielo”

-Es un pensamiento de Zaratrusta. Es para ti May... y no permitas a nadie ni a nada que obstaculice tu puente –decía mientras apretaba mis manos.

-No... no puedo aceptarlo Mini.
-Sí, si puedes... porque son las doce menos cuarto.
-¡Vaya! Porque tengo prisa y no puedo faltar... ¡No lo olvidaré nunca!

 

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