“Jóvenes,
éramos tan jóvenes
soñaba yo,
y soñabas tú.
Y fue...
la
verdadera
razón
de mi
vida, nuestros sueños sin temor.
Los
jóvenes quieren ser felices
los
jóvenes buscan la amistad.
Y al fin
son de la vida el lugar
que
prefiero porque tienen la verdad.
Vivida ya
en tus ojos, la felicidad,
de verme
aquí, junto a ti... que alegría siento
en mí.
Jóvenes, somos
aún tan jóvenes
el tiempo
sigue sin pasar.
Y son tus
besos y tu recuerdos
que
vuelven y que guardan nuestro amor”.
Ésta
era... es, la letra de una canción de Los Mustang. ¡Cómo me gustaban las
canciones antiguas, las que siempre seguirán vivas! Disfrutar, paladear su
música, recrearme en su letra, y sobre todo, cantarlas. Cantarlas a voz en
grito, con el alma en la garganta, cuando en el verano nos alejábamos en el
coche de la ciudad recorriendo kilómetros y kilómetros con la ventanilla bajada
sintiendo el aire de la campiña acariciando a golpe de ilusión mis mejillas.
Eran días
de rutas por solitarias carreteras comarcales en los que encontrábamos lugares
de ensueño y casi olvidados del mundo; eran días en que los besos nos
descubrían los secretos del corazón; eran días llenos.
Y al
llegar la hora en que los colores danzaban para despedir al sol, en cada ocaso,
tan iguales y tan distintos, arrullados uno en brazos del otro, mirando al
cielo desde lo alto de una montaña, empapaba mis sentidos en la belleza de
aquellos instantes eternos y sólo podía dar gracias a Dios por poder sentir. Porque
la belleza hay que sentirla.
Eran días
en los que acumulaba felicidad, risas y besos, para poder vivir durante la
semana alejada de Juan.
Estábamos
ahorrando... estábamos ahorrando como cualquiera que sueña con tener algún día
un techo propio, pero eran sueños que no podíamos compartir con nadie, porque
nadie creía en nosotros, y mucho menos en nuestro sueño.
Mirábamos
pisos y considerábamos harto difícil llegar a tener un día uno. Pero ¿quién
dijo que la vida fuese sencilla? Juan trabajaba y yo con mis clases de Inglés y
la pensión, que no tocaba, algo de dinero sacábamos al mes. Nos queríamos. Ya
no podía deambular sola por la calle, pero en casa me defendía perfectamente. ¿Por
qué todo el mundo estaba en contra de nuestro sueño, y más que nadie: nuestras
familias, la de Juan y la mía? ¿Por qué nadie creía en mí? Tenía una enfermedad
que ya no se podía disimular o esconder, sí era así, pero yo no era una persona
enferma y luchaba por mantenerme y aprender a llevar mi futura casa. Mas nadie
aceptaba mis explicaciones. “Yo no era como las demás. No podía tener proyectos
de futuro, ni nadie en su sano juicio se iba a casar con una mujer enferma”.
Ni yo
estaba enferma -me tocaba aprender a vivir con una enfermedad-, ni Juan estaba
loco, así que, cuando vimos que nuestro pueril noviazgo contaba con la
bendición de todos, pero que ésta bendición se podía convertir casi en maldita
y hacernos daño si intentábamos transformar nuestro noviazgo en algo sólido,
decidimos que pensaran que nuestro sueño o proyecto de futuro sólo era una vana
ilusión. Y todos tan felices. Claro que nadie pensó o supo pensar o fue
demasiado el pensar que, una rosa cuando te prohíben cortarla duplica su
belleza.
23 de
Septiembre de 1985.
¡Parece
mentira que la haya hecho yo!, bueno casi. Me da pena meterla al armario y
dejar de mirarla. ¡Es roja y qué bien me queda! dejando fuera la ataxia he de
reconocer que tengo buena percha, y que no tengo abuela, eso también, pero
quién me va a querer sino me quiero yo... bueno... quien me iba a querer aparte
de mi amor. Es de tubo, la falda, y menos mal que tiene abertura porque sino no
podría andar. Ah claro, querido diario, es que andas despistado de mi vida. ¡Ahora
coso! bueno casi, ¡y la falda me la he hecho yo!, bueno casi.
Verás:
hace un par de meses vi una revista con patrones en la que la portada gritaba
“hazte tu propia ropa”. Y me dije, si las demás pueden por qué yo no, y me
dirás: pues porque tú no sabes coser. Y yo te diré, querido diario, que ¡qué
razón llevas! Pero, nunca se te olvide, pero nunca, lo que dice mamá: “esta
chica es más bruta que un arado, si dice que por aquí mete la cabeza, la mete”.
Y la metí. Además, ten en cuenta que como estamos ahorrando no tengo dinero
para comprarme ropa, y así es más barato.
Aprendí a
sacar los patrones, luego fui con Valeria a por un retal, lo corté, mamá lo
cosió a máquina... y ¡pedazo falda me ha quedado! Mañana, cuando termine de dar
clase le tomaré medidas a Sofía, he visto unos pantalones preciosos y a mamá le
ha gustado una falda que se la haré después.
Y si te
cuento también que aquella lejana, eterna y aburrida mantelería que me compró
mi madre para que la hiciera, después de tantísimos años en el cajón del
olvido, la estoy acabando, ¿qué me dirías, querido diario? Que parece que estás preparando tu ajuar. ¿Verdad
que sí? Eso mismo pienso yo, que cualquiera que tenga ojos se podía dar cuenta.
Pues no. Nadie dice nada, nadie se da cuenta de nada, por más que tenga el
armario lleno de juegos de café. Vale, sólo tengo dos y nos tocaron en la
tómbola ¿pero y qué?
¡Jo si es
que..! Me pongo triste, me da tanta envidia, y hasta casi entiendo porque dicen
que soy menos válida, cuando veo como a cualquier chica le preparan su “jodio
ajuar” para el día que se case. Aunque no tenga novio, aunque sea tan fea que
lleve grabado en la frente “nacida para vestir santos”, aunque que sea fea es
lo de menos pero es que me sienta tan mal que todas sí y yo no, que ya no sé ni
lo que digo o pienso... ¡Joder! Duele, y me pongo triste por tantas cosas...
que lo único que puedo hacer es no pensar y seguir siendo feliz, y querer
seguir siendo feliz con mis pequeños logros de cada día, del día a día.
¡La falda!
Ya no me acordaba, voy...
¡Ay no,
espera! que ayer conocí a Lucía. Ya tiene casi un año y parece un angelito con
su pelito rubio y sus ojazos azules. La llevó su papá a la peluquería... ah
claro, no sabes quien es Lucía, Lucía es la hija de Minerva, la peluquera.
¡Cómo pasa
el tiempo! Parece que fue ayer cuando hubo un cataclismo en el barrio porque se
quedó embarazada y no se casó...
Voy..., me
voy a poner mi falda roja y de tubo y que la he hecho yo y ando un ratito
delante del espejo siguiendo el consejo del dios Burning. Sí, eso de... mueve
tus caderas cuando todo vaya mal...
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