Un nuevo
Otoño llegó dejando las fiestas atrás con sus churros, encierros y fuegos
artificiales. Trayendo veinticuatro años envueltos en flores, nuevos alumnos, y
nuevas fuerzas para seguir luchando. Ignorando dolores y una música, cuyo
volumen estaba cada vez más alto. Devolviendo las ganas de escribir mientras
soñaba...
- Lisa -
...El
ensortijado cabello oscuro veteado por finas hebras de nieve, adornaban su
rostro perfecto; labios sensuales, nariz recta, una incipiente y favorecedora
barba... Contemplaba tu atlético cuerpo cuando posaste sobre mí tus ojos azules.
Tardamos
en aproximarnos. Me dejé acariciar con guantes de seda, envolver en los más
exquisitos tules; tu olor..., tu olor a hogar, a quietud, a monte, quedo muy
grabado en cada poro de mi piel. Desde el primer instante tu vida pasó a ser mi
vida.
¡Fue tan
fácil aprender a quererte!
Me
convertí en tu guía, tu Lazarillo, o ¿fuiste tú el mío? Era tu juguete, tu
diversión, un escape, la novedad. Bailé tus éxitos, lamí tus heridas, siempre
estuve ahí. Junto a ti viví los momentos más intensos.
Levitamos sobre el mar, el campo, la ciudad.
Me volvía loca jugando en inmensas praderas verdes salpicadas de flores,
revolcándonos sobre la hierba. Atravesábamos el viento. Decías que en mis ojos
podías encontrar toda la paz y belleza del mundo, que en mi compañía te
deslizabas por la vida, ese tobogán de sensaciones casi a tientas. Y yo..., yo
me moría por volver a sentir tus caricias. Borrachos de esencia de amor,
deseaba que el tiempo se detuviera ¡dolía la felicidad!
Era joven,
bonita y alegre.
Hace
tiempo que no salimos tanto. Esquivas mi mirada, nunca quieres jugar. Se
avecinan cambios, me lo dicen los aromas del temprano estío que se cuelan por
la ventana. Dolerá, sí. Me acostumbré.
Desde que
salimos de casa no me has mirado. Conduces en silencio. Tus manos nerviosas
manejan con violencia la palanca de cambios. Un halo de tristeza te envuelve,
nos envuelve. Quiero ayudarte. ¿Es por ella? ¿La que estornuda? El velo que
cubre tus ojos me dice que se acerca el momento. No, no me mires o no podrás
hacerlo...
Lisa,
tumbada en el abismo del vacío, observa desde la solitaria carretera alejarse
el coche rojo. Sus largas y pardas orejas caen abatidas a ambos lados de la
cabeza. Su húmedo hocico olisquea los vestigios de gasóleo que aún perduran en
el aire. Su mirada..., la mirada más triste del mundo grita en silencio: “Seré buena, no
me moveré de aquí. nadie te va a querer como te quiero yo viejo amigo”.
A
principios del verano nos habíamos encontrado un perro abandonado. Me quedé
desolada porque Juan no quiso que nos lo lleváramos a casa. Reconocí que nos
podía contagiar algo, pero me dio mucha pena que el pobre animalito nos
siguiera en busca de cariño.
Fue un domingo, en una de nuestras
privilegiadas rutas, mientras comíamos en una sombra cerca del Tajo, cuando un
perrito sucio y algo viejo se acercó a nosotros. Juan me dijo que le habían
abandonado, llevaba la marca de un collar. Era muy dócil y sólo buscaba comida
y caricias. Me enfadé y lloré al abandonarle nosotros también, mas yo no le
podía sacar a pasear, aunque reconocer eso no impidió morirme de pena al
dejarle solo en una carretera concurrida.
No me
olvidé de él y en un rincón de mi alma algo latía diciendo que quería tener un
perro. Durante las vacaciones en Torrevieja habíamos acordado que era imposible
tener uno. ¿Y un gato? Juan también acordó que era imposible.
Así que
llené la casa de plantas. A grandes males... pequeños tiestos. Y aunque hablaba
mucho con ellas, les cantaba, regaba... en demasía y otras veces se me
olvidaba, a casi todas se les fueron cayendo las hojas.
Cerca de
Navidad, una mañana de domingo que Juan se había ido de caza, Minerva y Lucía
vinieron a visitarme. Mientras la niña veía entretenida los dibujos animados,
su madre y yo charlábamos en la cocina.
-¿Quieres
otro café Mini?
-No, ya
estoy demasiado alterada.
-Tranquila,
tú no tienes la culpa de nada, cualquiera hubiera hecho lo mismo en tu lugar.
-A veces
lo dudo. Cuando me fui a vivir con Jandro pensé que era lo mejor para todos,
sobre todo para Lucía. Creí que aquellos reproches habían desaparecido con el
tiempo, pero en cuanto me descuido... Están todo el día metidos en casa, dicen
que la niña no les conoce, pero no dicen que ellos no sabían que existía hasta
que tuvo dos años. Como me descuide ésta gente se mete a la cama con nosotros. ¡Es
como si no me consideraran capaz de yo que sé que...! -Mini encendió un
cigarrillo y mis ojos la animaron para que siguiera hablando- pero anoche,
cuando por teléfono me dijeron que hoy iríamos a la nieve y enseguida
rectificaron porque claro yo no podía porque me caería...
-Mini...
-Pero daba
igual, que ellos se llevaban a la niña... ¡coño, es mi hija! Nadie decide por
mí. Les colgué. A veces siento que me miran desde arriba, me hacen sentir
ciudadano de tercera...
-Mini...
ellos no son más que tú ni que nadie... ¿Tú sabes quién es Eleonor Roosevelt?
Ella decía que nadie puede hacerte
sentir inferior sin tu consentimiento. Oye... ¿qué te parece si la semana que
viene vamos a la Sierra
para que Lucía juegue con la nieve?
-Pero
tú... bueno y yo, nos la pegaríamos.
-Lo más
seguro, ¿quieres o no quieres?
-¿En
serio, May?
-Claro, yo
me sé levantar y reír y tú también, además no estamos solas. Mini estás
demasiado ofuscada, obsesionada e insegura y tú no eres así.
-... Ya lo
sé, cielo..., pero es muy difícil vivir constantemente examinada. ¿Tú no tienes
problemas con la familia de Juan?
-Si
profundizara imagino que sí. Aunque el otro día se me vació el alma cuando mis
cuñadas dijeron que tenían ganas de ser tías.
-¿No saben
que te hiciste una ligadura de trompas?
-No Mini,
no lo sabe casi nadie... ¿Me ayudas a poner el belén?
Y entre
ovejas, pastores, lavanderas, musgo, nieve y establos, con Lucía peinando a la Virgen , se nos pasó una
mañana casi oculta de sol. Cuando Mini abrochaba el abrigo de la niña, me dijo:
-¡Ya no me
acordaba! ¿Sigues escribiendo?
-A veces, ¿por
qué?
-En la
emisora de Jandro han convocado un concurso de relatos. El tema está
relacionado con niños, pero sólo pueden participar adultos.
-Yo escribo,
pero no para presentarme a concursos.
-¿Por qué
no, May?
-Pues
porque no, porque nunca lo he pensado. Escribir está ligado a mí, escribo como
pasatiempo.
-Presentarte
a un concurso seguiría siendo un pasatiempo... ya hablaremos el domingo. Te
llamo para confirmar lo de la
Sierra , ¿vale? Lucía deja la oveja en el belén y dale un
abrazo a May que nos vamos. Un beso, bonita, y cuídate esa tos.
A la
semana siguiente, los cinco pasamos el domingo en la nieve. Lucía, Juan y
Jandro, disfrutaron a bolazos mientras dos miedicas empapadas y muertas de
risa, se calentaban dentro del coche. Mi tos iba a más y aunque abusamos del
caldo caliente en una rústica fonda, volvimos pronto a casa, no sin un par de
inolvidables carretes de fotos.
Durante la
comida Jandro me pidió que participara en el concurso. Me dijo que yo escribía
muy bien. Lucía rió a carcajadas cuando tiré la servilleta a la cara de su
padre diciéndole que él nunca había leído nada de lo que escribo yo. La
espontaneidad algún día me traería problemas. Jandro de nuevo me pidió que
participara pues era la primera vez que convocaban el concurso y no sabía como
iría. El premio sería un lote de libros y la lectura radiofónica de los relatos
ganadores. Eso me daba igual, pero me pilló al decirme que el relato lo tendría
que escribir el niño que llevamos dentro y que yo seguro que no podría.
-Ya
veremos si participo -dije- como en Navidades no doy clase, tendré más tiempo.
En los
solitarios días de vacaciones, mientras colocaba fichas en el enorme puzzle que
me había comprado, fraguaba en mi mente el cuento que escribiría. Llamé a
Valeria a ver si se acordaba de la niña que fui. Incomprensiblemente dijo que
me mirara en el espejo y que luego me llamaba porque estaba estudiando. Esta
bien, pensaré yo sola. Blancanieves y los siete cabritillos, Caperucita azulada
y el lobo enamorado, los tres cerditos gigantes y el mago de Oz, Alicia en el
país de Nunca Jamás, el pato Donald en el oeste.. ¿Quién me manda a mí meterme
en estos berenjenales? Tengo veinticuatro años y dos décimas de fiebre, estoy
casada, ya no soy una niña ¡leches!
Me senté
sobre la alfombra roja, al lado del belén, y tomé unas cuartillas...
- El diario de Niko -
Día 23 de la Navidad. Doce de la
mañana.
Estoy muy contento porque hoy viene
Paparruchas. Paparruchas es el hermano del abuelo y mi tío abuelo preferido y
mamá dice que no puede ser mi tío abuelo preferido porque no tengo más tíos
abuelos y lo que pasa es que está celosa porque Paparruchas también es el tío
abuelo preferido de mi hermana y la doy un beso para que se le pasen los
celitos y le digo que es mi mamí preferida y me abraza y dice que yo soy su
hiperactivo preferido. Llaman al timbre.
Día 23 de la Navidad. Doce y cinco
de la mañana.
Paparruchas no ha venido aún, claro que como
tiene tres patas, camina más despacio. Lo de las tres patas es que no lo
entiendo bien porque por más que le miro sólo veo dos y aunque sé porque ya soy
mayor que al apoyarse en el bastón anda muy despaciadamente él siempre dice que
tiene tres patas. Paparruchas ya no trabaja, antes era misionero pero mamá me
dijo en plano secreto que era misógino bueno realamente a mi no me lo dijo, se
lo dijo a papá y a mí me vio escuchando a los mayores y me amenazó con la
zapatilla si decía algo. Llaman al timbre.
Día 23 de la Navidad. Doce y 10
de la mañana.
Paparruchas
tarda. Mamá dice que no sabe como se
puede entregar una vida a los demás, a los que no tienen tu sangre,
ayudar siempre a cualquiera y olvidarte de ti. Eso es que tampoco lo entiendo
muy bien, porque los mineros, Paparruchas fue minero ya te lo he dicho antes,
no sabía que hicieran todo eso que debe ser mucho y lo que sí entendí es que
Paparruchas no se casó por ayudar a los niños que viven en la mina y tienen
hambre y luego de viejo mayor volvió de la mina y hoy viene a tomar café por eso me preocupa que tarde tanto.
Paparruchas vive en una casa que se llama albergue donde cuida a mucha gente
que no tiene familia como él pero
Paparruchas si tiene familia y me puse muy triste cuando le pedí que viniera a
casa a vivir y dijo que no y por eso el psicólogo de mamá (que siempre habla
conmigo en vez de con ella) le recetó que le invitara esta Navidad. Casi son
las doce y veinte si no ha venido dentro de cinco minutos le diré a mamá que
llame a la policía.
Día de la Noche buena. No sé que hora es porque le he dado
mi reloj a un niño que no tenía.
Paparruchas
me dijo que cogiera mis juguetes que ya no juegan conmigo y los metiera en una
caja y mamá también metió ropa y comida y fuimos a unas casas de madera con
niños descalzos y que no les pueden traer nada los Reyes Magos porque no tienen
zapatos y se lo dimos todo y luego fuimos a la casa de Paparruchas y cantamos
muchos villancicos y mi hermana y yo enseñamos a todos a bailar sevillanas y
después de dejar la cena preparada para todos vinimos a cenar chachi con
nuestra familia y ahora me voy a dorm i r r r
Noche de la Noche buena. No ha salido el sol aún.
Lo sabía
lo sabía lo sabía lo sabia......... Santa se parece a Paparruchas.
Le di el
pequeño relato a Mini para que lo llevara a la emisora y el día dos de Enero,
mientras guardaba reposo, pues durante la fiesta de noche vieja en casa de mis
padres me había caído, me enteré que había quedado la segunda. El tobillo
derecho lo tuve hinchado, pero enseguida se pasó. Lo que no se pasaba era el
dolor de rodillas y su raro crujir. Mas la vida seguía y yo con ella; la
mayoría de las veces suspirando cuando veía gatitos en la tele. Suspiros lastimeros
si estaba Juan a mi lado, pero él sólo me miraba y decía...
-Te pongas
como te pongas, no vamos a tener un gato.
-¡Será
posible! ¿Tienes ganas de discutir? ¿Acaso he dicho yo algo?
8 de Enero
de 1989
Ya han
pasado las Navidades, acabo de quitar el árbol y el belén, también acabo de
entender por qué mucha gente no lo pone. Mañana empiezo de nuevo a dar clase,
tengo ganas. Lo que más me jode es que en Octubre me dieron el alta en
rehabilitación y hasta el mes de Mayo no tengo consulta de nuevo. Dicen que
conque la haga en casa vale. Pero no es igual, no es igual y ellos lo saben.
Me iba a
poner a escribir un rato, pero no tengo ganas. Llevo casi toda la tarde
haciendo puzzle, me encanta, pero ya me he cansado. Iba a pelar patatas para
que cuando viniera Juan hiciera una tortilla, pero no me apetece. Vale..., tú
ganas, te lo cuento.
Estoy
asustada, me da miedo pensar en el futuro. No tiene nada que ver que me haya
venido la regla, aunque cada vez duelen más los ovarios. Pero es que, a
veces... cuando pienso que nunca me voy a curar, o que nunca volveré a correr,
y que es posible que un día esté mucho peor...
que quizá, en algún lugar del tiempo, haya una silla de ruedas que lleva
mi nombre... intento recordar lo que hice mal para que Dios me haya castigado. ¿Y
sabes? no encuentro el motivo y me dan arcadas de impotencia y me mareo.
A veces,
sueño que corro, que camino muy deprisa con unos altísimos zapatos de tacón, y
que vuelvo a bailar.
Otras
veces, que todo se para aquí y ahora.
Y otras me
quiero morir... pero luego pienso en Juan y... sé que él no podría vivir sin
mis tonterías.
El otro
día llamó mi tía y no entendí bien lo que me dijo, no sé que porras le pasa al
teléfono. ¡Cómo tengamos que llamar al técnico! ¡Más gastos!
Ahora sí
que si, se han muerto todas las plantas menos el palo de Brasil. Las saqué ayer
al patio de la cocina para que les diera el sol por la tarde y como vino Pedro,
se me olvidó meterlas. ¡Si al menos pudiera tener un gato!
A ver si
acabo pronto con la fruta regla, cada día lo paso peor y mi ánimo es más
versátil, del negro paso al blanco sin intermediarios.
La vida es
un tenebroso carrusel.
******
Cuando a últimos de Enero llegó a casa un
marido con aire sibilino, pensé que enseguida empezaría a pasearse delante de
mí cimbreando las caderas y sin dejar de señalarse los bolsillos del abrigo.
Seguro que se habían descosido de nuevo.
Miré hacia
la ventana, la noche era muy oscura y el viento y la lluvia contrastaban con el
rostro de Juan que sonreía ya sin ningún disimulo. Cerré el libro y me arrimé
al teléfono, esta vez los cosería mi madre. Pero él sacó algo del bolsillo del
abrigo y lo ocultó en una de sus manos. No estaban rotos, mejor. ¿Qué escondía?
Me acerqué muy despacio. Llevaba un par de horas leyendo los ‘Diez negritos’ y
todo eran sospechas. Mi casa se me antojaba la isla del negro y con la
aparición de Juan se había disparado la música de la Pantera rosa, pero no
pegaba en absoluto por lo que intentaba apagar la radio interior. Estando en
estos menesteres oí... ¿Quién ha sido? Ya sólo quedan seis estatuillas. Un
relámpago iluminó el pequeño cuarto de estar y yo caí de culo en el sofá. Juan
se reía. De nuevo se oyó... otra vez. ¿Quién ha sido?
¿Alguien
ha... maullado? ¿Maullado? ¡Un maullido! Me levanté apoyándome en la pared y
miré dentro de las manos de mi marido que seguía de pie en el umbral de la
puerta.
Tenía los
ojos cerrados y era completamente blanco.
-Es tuya.
-¿Mía? ¿En
serio?
No podía
ver mi cara, pero sabía que mis ojos brillaban como cuando era pequeña y
descubría los regalos de los Magos de Oriente.
-Sólo
tiene una semana y es gata.
-¿Cómo lo
sabes? Oh Dios Dios Dios ¡qué bonita!
-Tómala
-¿Y si se
rompe? venga trae. NO espera.
-Toma.
-¿Y qué
come? ¿Cómo se llama?
-Como tú
quieras, voy a ducharme.
Me senté
con la gatita entre las manos. Alaska. Sí, te llamaras Alaska. Dicen que el
perro es el mejor amigo del hombre, tú lo serás mía. Pero... ¿qué comes? ¿Dónde
vas a dormir? La dejé sobre un cojín y fui a por un vaso de leche a la cocina.
Cuando Juan salió del baño me cambió el vaso por un plato. Me dijo que aún la
alimentaba su madre y si no conseguíamos que comiera la tendríamos que llevar
otra semana con la madre.
Cogí miga
de pan y la empapé en leche. Se lo puse a la gatita cerca del hocico pero no
quiso. Yo tampoco quise cenar. La puse encima de mí y abrigué con mi jersey.
Dejó de maullar y se durmió y la coloqué de nuevo en el cojín. Cenamos mientras
Juan me convencía de que era demasiado pequeña y no comería por sí sola.
De
madrugada me levanté pues la oí maullar. Puse la miga de pan empapada en leche
en una de mis manos y con la otra la cogí a ella. Me senté en el sofá. La
gatita empezó a lamer la miga de pan. Yo no sabía si reír o llorar, pero no
podía hacer ruido ni llevarla a la cama conmigo. Me envolví en una manta y
acurruqué en el sillón en espera de que mi peluche vivo saciara su hambre.
Del libro
de Aghata Cristie, olvidado en un rincón, emanaban los sublimes fantasmas de
los diez negritos. Diez negritos... y una linda gatita blanca que maullaba sin
parar. Un gramófono repetía “ya son tres: el caballero cazador con bolsillos en
el abrigo, la pálida durmiente de largos cabellos, y un nuevo inquilino de
cuatro patas. El crimen cometido: enamorarse".
Juan me
llevó en brazos a la cama al rayar el alba.
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