Claridad, la novela

jueves, 21 de julio de 2016

9-II


 
Un nuevo Otoño llegó dejando las fiestas atrás con sus churros, encierros y fuegos artificiales. Trayendo veinticuatro años envueltos en flores, nuevos alumnos, y nuevas fuerzas para seguir luchando. Ignorando dolores y una música, cuyo volumen estaba cada vez más alto. Devolviendo las ganas de escribir mientras soñaba...
 
                                       - Lisa -
 
...El ensortijado cabello oscuro veteado por finas hebras de nieve, adornaban su rostro perfecto; labios sensuales, nariz recta, una incipiente y favorecedora barba... Contemplaba tu atlético cuerpo cuando posaste sobre mí tus ojos azules.
Tardamos en aproximarnos. Me dejé acariciar con guantes de seda, envolver en los más exquisitos tules; tu olor..., tu olor a hogar, a quietud, a monte, quedo muy grabado en cada poro de mi piel. Desde el primer instante tu vida pasó a ser mi vida.
¡Fue tan fácil aprender a quererte!
Me convertí en tu guía, tu Lazarillo, o ¿fuiste tú el mío? Era tu juguete, tu diversión, un escape, la novedad. Bailé tus éxitos, lamí tus heridas, siempre estuve ahí. Junto a ti viví los momentos más intensos.
 Levitamos sobre el mar, el campo, la ciudad. Me volvía loca jugando en inmensas praderas verdes salpicadas de flores, revolcándonos sobre la hierba. Atravesábamos el viento. Decías que en mis ojos podías encontrar toda la paz y belleza del mundo, que en mi compañía te deslizabas por la vida, ese tobogán de sensaciones casi a tientas. Y yo..., yo me moría por volver a sentir tus caricias. Borrachos de esencia de amor, deseaba que el tiempo se detuviera ¡dolía la felicidad!
Era joven, bonita y alegre.
Hace tiempo que no salimos tanto. Esquivas mi mirada, nunca quieres jugar. Se avecinan cambios, me lo dicen los aromas del temprano estío que se cuelan por la ventana. Dolerá, sí. Me acostumbré.
Desde que salimos de casa no me has mirado. Conduces en silencio. Tus manos nerviosas manejan con violencia la palanca de cambios. Un halo de tristeza te envuelve, nos envuelve. Quiero ayudarte. ¿Es por ella? ¿La que estornuda? El velo que cubre tus ojos me dice que se acerca el momento. No, no me mires o no podrás hacerlo...
Lisa, tumbada en el abismo del vacío, observa desde la solitaria carretera alejarse el coche rojo. Sus largas y pardas orejas caen abatidas a ambos lados de la cabeza. Su húmedo hocico olisquea los vestigios de gasóleo que aún perduran en el aire. Su mirada..., la mirada más triste del mundo grita en silencio: “Seré buena, no me moveré de aquí. nadie te va a querer como te quiero yo viejo amigo”.
 
A principios del verano nos habíamos encontrado un perro abandonado. Me quedé desolada porque Juan no quiso que nos lo lleváramos a casa. Reconocí que nos podía contagiar algo, pero me dio mucha pena que el pobre animalito nos siguiera en busca de cariño.

 Fue un domingo, en una de nuestras privilegiadas rutas, mientras comíamos en una sombra cerca del Tajo, cuando un perrito sucio y algo viejo se acercó a nosotros. Juan me dijo que le habían abandonado, llevaba la marca de un collar. Era muy dócil y sólo buscaba comida y caricias. Me enfadé y lloré al abandonarle nosotros también, mas yo no le podía sacar a pasear, aunque reconocer eso no impidió morirme de pena al dejarle solo en una carretera concurrida.
No me olvidé de él y en un rincón de mi alma algo latía diciendo que quería tener un perro. Durante las vacaciones en Torrevieja habíamos acordado que era imposible tener uno. ¿Y un gato? Juan también acordó que era imposible.
Así que llené la casa de plantas. A grandes males... pequeños tiestos. Y aunque hablaba mucho con ellas, les cantaba, regaba... en demasía y otras veces se me olvidaba, a casi todas se les fueron cayendo las hojas.
Cerca de Navidad, una mañana de domingo que Juan se había ido de caza, Minerva y Lucía vinieron a visitarme. Mientras la niña veía entretenida los dibujos animados, su madre y yo charlábamos en la cocina.
-¿Quieres otro café Mini?
-No, ya estoy demasiado alterada.
-Tranquila, tú no tienes la culpa de nada, cualquiera hubiera hecho lo mismo en tu lugar.
-A veces lo dudo. Cuando me fui a vivir con Jandro pensé que era lo mejor para todos, sobre todo para Lucía. Creí que aquellos reproches habían desaparecido con el tiempo, pero en cuanto me descuido... Están todo el día metidos en casa, dicen que la niña no les conoce, pero no dicen que ellos no sabían que existía hasta que tuvo dos años. Como me descuide ésta gente se mete a la cama con nosotros. ¡Es como si no me consideraran capaz de yo que sé que...! -Mini encendió un cigarrillo y mis ojos la animaron para que siguiera hablando- pero anoche, cuando por teléfono me dijeron que hoy iríamos a la nieve y enseguida rectificaron porque claro yo no podía porque me caería...
-Mini...
-Pero daba igual, que ellos se llevaban a la niña... ¡coño, es mi hija! Nadie decide por mí. Les colgué. A veces siento que me miran desde arriba, me hacen sentir ciudadano de tercera...
-Mini... ellos no son más que tú ni que nadie... ¿Tú sabes quién es Eleonor Roosevelt? Ella decía  que nadie puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento. Oye... ¿qué te parece si la semana que viene vamos a la Sierra para que Lucía juegue con la nieve?
-Pero tú... bueno y yo, nos la pegaríamos.
-Lo más seguro, ¿quieres o no quieres?
-¿En serio, May?
-Claro, yo me sé levantar y reír y tú también, además no estamos solas. Mini estás demasiado ofuscada, obsesionada e insegura y tú no eres así.
-... Ya lo sé, cielo..., pero es muy difícil vivir constantemente examinada. ¿Tú no tienes problemas con la familia de Juan?
-Si profundizara imagino que sí. Aunque el otro día se me vació el alma cuando mis cuñadas dijeron que tenían ganas de ser tías.
-¿No saben que te hiciste una ligadura de trompas?
-No Mini, no lo sabe casi nadie... ¿Me ayudas a poner el belén?
Y entre ovejas, pastores, lavanderas, musgo, nieve y establos, con Lucía peinando a la Virgen, se nos pasó una mañana casi oculta de sol. Cuando Mini abrochaba el abrigo de la niña, me dijo:
-¡Ya no me acordaba! ¿Sigues escribiendo?
-A veces, ¿por qué?
-En la emisora de Jandro han convocado un concurso de relatos. El tema está relacionado con niños, pero sólo pueden participar adultos.
-Yo escribo, pero no para presentarme a concursos.
-¿Por qué no, May?
-Pues porque no, porque nunca lo he pensado. Escribir está ligado a mí, escribo como pasatiempo.
-Presentarte a un concurso seguiría siendo un pasatiempo... ya hablaremos el domingo. Te llamo para confirmar lo de la Sierra, ¿vale? Lucía deja la oveja en el belén y dale un abrazo a May que nos vamos. Un beso, bonita, y cuídate esa tos.
 
A la semana siguiente, los cinco pasamos el domingo en la nieve. Lucía, Juan y Jandro, disfrutaron a bolazos mientras dos miedicas empapadas y muertas de risa, se calentaban dentro del coche. Mi tos iba a más y aunque abusamos del caldo caliente en una rústica fonda, volvimos pronto a casa, no sin un par de inolvidables carretes de fotos.
Durante la comida Jandro me pidió que participara en el concurso. Me dijo que yo escribía muy bien. Lucía rió a carcajadas cuando tiré la servilleta a la cara de su padre diciéndole que él nunca había leído nada de lo que escribo yo. La espontaneidad algún día me traería problemas. Jandro de nuevo me pidió que participara pues era la primera vez que convocaban el concurso y no sabía como iría. El premio sería un lote de libros y la lectura radiofónica de los relatos ganadores. Eso me daba igual, pero me pilló al decirme que el relato lo tendría que escribir el niño que llevamos dentro y que yo seguro que no podría.
-Ya veremos si participo -dije- como en Navidades no doy clase, tendré más tiempo.
En los solitarios días de vacaciones, mientras colocaba fichas en el enorme puzzle que me había comprado, fraguaba en mi mente el cuento que escribiría. Llamé a Valeria a ver si se acordaba de la niña que fui. Incomprensiblemente dijo que me mirara en el espejo y que luego me llamaba porque estaba estudiando. Esta bien, pensaré yo sola. Blancanieves y los siete cabritillos, Caperucita azulada y el lobo enamorado, los tres cerditos gigantes y el mago de Oz, Alicia en el país de Nunca Jamás, el pato Donald en el oeste.. ¿Quién me manda a mí meterme en estos berenjenales? Tengo veinticuatro años y dos décimas de fiebre, estoy casada, ya no soy una niña ¡leches!
Me senté sobre la alfombra roja, al lado del belén, y tomé unas cuartillas...
 
                              - El diario de Niko -
     Día 23 de la Navidad. Doce de la mañana.
 Estoy muy contento porque hoy viene Paparruchas. Paparruchas es el hermano del abuelo y mi tío abuelo preferido y mamá dice que no puede ser mi tío abuelo preferido porque no tengo más tíos abuelos y lo que pasa es que está celosa porque Paparruchas también es el tío abuelo preferido de mi hermana y la doy un beso para que se le pasen los celitos y le digo que es mi mamí preferida y me abraza y dice que yo soy su hiperactivo preferido. Llaman al timbre.
 
     Día 23 de la Navidad. Doce y cinco de la mañana.
 Paparruchas no ha venido aún, claro que como tiene tres patas, camina más despacio. Lo de las tres patas es que no lo entiendo bien porque por más que le miro sólo veo dos y aunque sé porque ya soy mayor que al apoyarse en el bastón anda muy despaciadamente él siempre dice que tiene tres patas. Paparruchas ya no trabaja, antes era misionero pero mamá me dijo en plano secreto que era misógino bueno realamente a mi no me lo dijo, se lo dijo a papá y a mí me vio escuchando a los mayores y me amenazó con la zapatilla si decía algo. Llaman al timbre.
     Día 23 de la Navidad. Doce y 10 de la mañana.
Paparruchas tarda. Mamá dice que no sabe como se  puede entregar una vida a los demás, a los que no tienen tu sangre, ayudar siempre a cualquiera y olvidarte de ti. Eso es que tampoco lo entiendo muy bien, porque los mineros, Paparruchas fue minero ya te lo he dicho antes, no sabía que hicieran todo eso que debe ser mucho y lo que sí entendí es que Paparruchas no se casó por ayudar a los niños que viven en la mina y tienen hambre y luego de viejo mayor volvió de la mina y hoy viene a tomar café  por eso me preocupa que tarde tanto. Paparruchas vive en una casa que se llama albergue donde cuida a mucha gente que no tiene familia como él  pero Paparruchas si tiene familia y me puse muy triste cuando le pedí que viniera a casa a vivir y dijo que no y por eso el psicólogo de mamá (que siempre habla conmigo en vez de con ella) le recetó que le invitara esta Navidad. Casi son las doce y veinte si no ha venido dentro de cinco minutos le diré a mamá que llame a la policía.
 
    Día de la Noche buena. No sé que hora es porque le he dado mi reloj a un niño que no tenía.
Paparruchas me dijo que cogiera mis juguetes que ya no juegan conmigo y los metiera en una caja y mamá también metió ropa y comida y fuimos a unas casas de madera con niños descalzos y que no les pueden traer nada los Reyes Magos porque no tienen zapatos y se lo dimos todo y luego fuimos a la casa de Paparruchas y cantamos muchos villancicos y mi hermana y yo enseñamos a todos a bailar sevillanas y después de dejar la cena preparada para todos vinimos a cenar chachi con nuestra familia y ahora me voy a dorm i r r r
   Noche de la Noche buena. No ha salido el sol aún.
Lo sabía lo sabía lo sabía lo sabia......... Santa se parece a Paparruchas.

Le di el pequeño relato a Mini para que lo llevara a la emisora y el día dos de Enero, mientras guardaba reposo, pues durante la fiesta de noche vieja en casa de mis padres me había caído, me enteré que había quedado la segunda. El tobillo derecho lo tuve hinchado, pero enseguida se pasó. Lo que no se pasaba era el dolor de rodillas y su raro crujir. Mas la vida seguía y yo con ella; la mayoría de las veces suspirando cuando veía gatitos en la tele. Suspiros lastimeros si estaba Juan a mi lado, pero él sólo me miraba y decía...
-Te pongas como te pongas, no vamos a tener un gato.
-¡Será posible! ¿Tienes ganas de discutir? ¿Acaso he dicho yo algo?
 
 
8 de Enero de 1989
Ya han pasado las Navidades, acabo de quitar el árbol y el belén, también acabo de entender por qué mucha gente no lo pone. Mañana empiezo de nuevo a dar clase, tengo ganas. Lo que más me jode es que en Octubre me dieron el alta en rehabilitación y hasta el mes de Mayo no tengo consulta de nuevo. Dicen que conque la haga en casa vale. Pero no es igual, no es igual y ellos lo saben.
Me iba a poner a escribir un rato, pero no tengo ganas. Llevo casi toda la tarde haciendo puzzle, me encanta, pero ya me he cansado. Iba a pelar patatas para que cuando viniera Juan hiciera una tortilla, pero no me apetece. Vale..., tú ganas, te lo cuento.
Estoy asustada, me da miedo pensar en el futuro. No tiene nada que ver que me haya venido la regla, aunque cada vez duelen más los ovarios. Pero es que, a veces... cuando pienso que nunca me voy a curar, o que nunca volveré a correr, y que es posible que un día esté mucho peor...  que quizá, en algún lugar del tiempo, haya una silla de ruedas que lleva mi nombre... intento recordar lo que hice mal para que Dios me haya castigado. ¿Y sabes? no encuentro el motivo y me dan arcadas de impotencia y me mareo.
A veces, sueño que corro, que camino muy deprisa con unos altísimos zapatos de tacón, y que vuelvo a bailar.
Otras veces, que todo se para aquí y ahora.
Y otras me quiero morir... pero luego pienso en Juan y... sé que él no podría vivir sin mis tonterías.
El otro día llamó mi tía y no entendí bien lo que me dijo, no sé que porras le pasa al teléfono. ¡Cómo tengamos que llamar al técnico! ¡Más gastos!
Ahora sí que si, se han muerto todas las plantas menos el palo de Brasil. Las saqué ayer al patio de la cocina para que les diera el sol por la tarde y como vino Pedro, se me olvidó meterlas. ¡Si al menos pudiera tener un gato!
A ver si acabo pronto con la fruta regla, cada día lo paso peor y mi ánimo es más versátil, del negro paso al blanco sin intermediarios.
La vida es un tenebroso carrusel.
 
                                         ******
 Cuando a últimos de Enero llegó a casa un marido con aire sibilino, pensé que enseguida empezaría a pasearse delante de mí cimbreando las caderas y sin dejar de señalarse los bolsillos del abrigo. Seguro que se habían descosido de nuevo.
Miré hacia la ventana, la noche era muy oscura y el viento y la lluvia contrastaban con el rostro de Juan que sonreía ya sin ningún disimulo. Cerré el libro y me arrimé al teléfono, esta vez los cosería mi madre. Pero él sacó algo del bolsillo del abrigo y lo ocultó en una de sus manos. No estaban rotos, mejor. ¿Qué escondía? Me acerqué muy despacio. Llevaba un par de horas leyendo los ‘Diez negritos’ y todo eran sospechas. Mi casa se me antojaba la isla del negro y con la aparición de Juan se había disparado la música de la Pantera rosa, pero no pegaba en absoluto por lo que intentaba apagar la radio interior. Estando en estos menesteres oí... ¿Quién ha sido? Ya sólo quedan seis estatuillas. Un relámpago iluminó el pequeño cuarto de estar y yo caí de culo en el sofá. Juan se reía. De nuevo se oyó... otra vez. ¿Quién ha sido?
¿Alguien ha... maullado? ¿Maullado? ¡Un maullido! Me levanté apoyándome en la pared y miré dentro de las manos de mi marido que seguía de pie en el umbral de la puerta.
Tenía los ojos cerrados y era completamente blanco.
-Es tuya.
-¿Mía? ¿En serio?
No podía ver mi cara, pero sabía que mis ojos brillaban como cuando era pequeña y descubría los regalos de los Magos de Oriente.
-Sólo tiene una semana y es gata.
-¿Cómo lo sabes? Oh Dios Dios Dios ¡qué bonita!
-Tómala
-¿Y si se rompe? venga trae. NO espera.
-Toma.
-¿Y qué come? ¿Cómo se llama?
-Como tú quieras, voy a ducharme.
Me senté con la gatita entre las manos. Alaska. Sí, te llamaras Alaska. Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre, tú lo serás mía. Pero... ¿qué comes? ¿Dónde vas a dormir? La dejé sobre un cojín y fui a por un vaso de leche a la cocina. Cuando Juan salió del baño me cambió el vaso por un plato. Me dijo que aún la alimentaba su madre y si no conseguíamos que comiera la tendríamos que llevar otra semana con la madre.
Cogí miga de pan y la empapé en leche. Se lo puse a la gatita cerca del hocico pero no quiso. Yo tampoco quise cenar. La puse encima de mí y abrigué con mi jersey. Dejó de maullar y se durmió y la coloqué de nuevo en el cojín. Cenamos mientras Juan me convencía de que era demasiado pequeña y no comería por sí sola.
De madrugada me levanté pues la oí maullar. Puse la miga de pan empapada en leche en una de mis manos y con la otra la cogí a ella. Me senté en el sofá. La gatita empezó a lamer la miga de pan. Yo no sabía si reír o llorar, pero no podía hacer ruido ni llevarla a la cama conmigo. Me envolví en una manta y acurruqué en el sillón en espera de que mi peluche vivo saciara su hambre.
Del libro de Aghata Cristie, olvidado en un rincón, emanaban los sublimes fantasmas de los diez negritos. Diez negritos... y una linda gatita blanca que maullaba sin parar. Un gramófono repetía “ya son tres: el caballero cazador con bolsillos en el abrigo, la pálida durmiente de largos cabellos, y un nuevo inquilino de cuatro patas. El crimen cometido: enamorarse".
Juan me llevó en brazos a la cama al rayar el alba.

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