Una vez
leí en un librito que me dieron junto a un audífono tremendamente caro y
novedoso, que la persona sorda es la que no oye nada, si oyes no eres sordo.
Ésta afirmación venía en la primera página resaltada con letra negrita.
Aunque yo,
siguiendo en mi línea, me gusta trocar esta protesta:
“Cuando el
río suena... es que no estamos sordos”.
Hay
diferentes clases de sordera y como no voy a hacer un tratado de las mismas,
sólo diré que cuando no oyes bien tienes problemas auditivos. Leves, moderados
o agudos. En mi caso agudos, aunque baste que cualquiera se señale la oreja
cuando alguien me habla bajito, sin mirarme, estando bastante separado de mí, o
con la boca tapada, y esperé respuesta. La secuencia que sigue es siempre la
misma.
-Qué pena,
con lo guapa que es y encima sorda.
Mi
reacción varia levemente de unas veces a otras. Si tengo un mal día, resoplando
guío mi silla al otro lado de la sala de donde han hecho el fatal
descubrimiento. Por el contrario, si el día es bueno, o sonrío, o asiento que
es una pena.
Claro que,
también podía decir yo misma que no oigo bien, y lo hago cuando el interlocutor
merece la pena que son las menores. Pero son demasiados años de médicos,
tratamiento..., soy experta observadora, me gusta mucho la psicología como para
adivinar que no me pierdo nada por no aclarar como me deben hablar. Amén de que
odio que hurguen dentro de mí en el aburrimiento de una sala de espera, sólo
porque soy joven y voy en silla de ruedas.
A veces,
sólo a veces, puede ser una “suerte” no oír bien. Depende de como te lo tomes.
La sociedad
tiene la absurda y común manía de hablar a voces a quién no oye bien, al lado
del oído. Y si pides que no te chillen, algún cátedra en diplomacia te dirá “si
no te chillo no te enteras”, y a ti te dan ganas de decirle “¿tú has intentado
hablarme de otra manera...?” Pero te callas porque no tienes ganas de discutir,
ni la persona que te juzga merece la pena.
Y sin
darte cuenta, con la ayuda de ésos cátedras, que ya han sabido que te tienen
que mirar cuando hablan pero como todos andamos con orejeras por la vida y ésta
van tan deprisa y una buena conversación o no tan buena, pero hablamos de
nuestros triunfitos o miserias... - mírala de vez en cuando, introdúcela en el
tema que no oye bien ¡Y a mí qué leches me importa!-... te vas aislando, vas
sabiendo lo que es la soledad acompañada. Y algunas veces, esa soledad es el
agujero negro más hondo del infierno; aunque otras sea lo más bello del mundo.`
Hay una
canción muy hermosa, antigua, de Emilio José, que habla de la Soledad. Su
estribillo me visita a menudo, su música se mezcla con algo interior...
Pero yo la quiero así distinta
porque es sincera
es natural como el agua que llega
corriendo alegre desde el manantial.
Aunque claro, Emilio habla de la soledad buscada no de la que te imponen, pero ya ven, yo pocas veces pude elegir en ésta vida, y sí aprender a corregir con arte lo que se me ha ofrecido.
___
Oigo más
de lo que se creen (los pájaros, los coches, las pisadas...) El problema reside
en los sonidos agudos o graves, en que no entiendo lo que dicen si no me miran
a la cara, y en que no oigo los pequeños ruidos procedentes de otras
habitaciones.
La única
persona que acertó medianamente conmigo y sin conocerme, fue un profesor de la
Universidad de Cádiz. Una amiga que conocí en Internet le comentó mi problema
de audición. Poco hablé con ella después, luego, me desahuciaron en el hospital
Gregorio Marañón del oído izquierdo y me dijeron que del derecho oía muy
poquito -ninguna operación posible y los audífonos no me iban a ayudar, como ya
sabía-. Y yo me quedé sin ganas de seguir buscando esperanzas y perdí la pista
a aquel profesor, aunque sólo pudiera ofrecerme información.
Cuando me
di cuenta que se habían equivocado ya que seguía oyendo por el oído izquierdo,
fue un día escuchando las noticias en televisión.
Juan había
hecho un invento para poder escucharla, yo con cascos y él sin ellos. Como
suelo ver la televisión subtitulada, el sonido lo tengo muy bajito. No siempre
escucho claramente lo que dicen, pero cuando mis tímpanos se han acostumbrado a
ese volumen, distingo muy bien que lo que leo poco tiene que ver con lo que
dicen, la mayoría de las veces. El subtitulo suele ser un resumen de lo que
dicen, la idea principal, o una frase sinónima o similar, claro que, también
hay veces que el subtítulo y lo que dicen no tienen nada que ver.
Todo esto
lo seguí haciendo cuando en Marzo del 2002 me dijeron que del oído izquierdo ya
no oía nada. Comprendí que me vendría bien -cabezona que soy, pero no quiero
dejar de utilizar ningún músculo de mi cuerpo, dentro de sus limitaciones,
mientras pueda-`.
Una noche,
habiendo pasado varios meses desde que me mataron por duodécima vez en el
famoso hospital, dejé los cascos sobre el sofá, mi marido los cogió y se los
puso.
-¡Pero si
los tienes medio apagados! -me dijo.
-Sólo
están bajitos.
-No, éste
está apagado completamente, el derecho.
-Eso es
imposible ¡Si lo estoy oyendo! Y recuerda que por este oído no oigo nada...
En la
consulta del especialista del hospital de Madrid, sin poder evitar las lágrimas
pues consumían mi último fósforo de esperanza, les había dicho que oía por el
oído izquierdo, muy poquito, pero oía. Y me dijeron que según las pruebas no, y
que a veces el sonido se imagina. El doctor se alivió un tanto por haberme
amputado toda clase de esperanza al oírme decir que llevaba cierto tiempo
aprendiendo a leer en los labios.
-Eso es lo
único que puedes hacer -dijo.
Ahora sé,
que hay unos días en los que oigo más que otros; que hay días que oigo más por
el oído izquierdo que por el derecho; que a veces oigo sólo música con el
walkman, muy bajito, por el oído que me dijeron que no oía (el sonido de un CD
nuevo, no se puede imaginar); que oigo cuando se me cae al suelo una moneda de
un céntimo si no hay más ruidos en la habitación...
Nunca más
me han vuelto a mirar los oídos. Cuando dije lo que me pasó creo que no me
creyeron, o quizá pensaron, lo que cuentas no conduce a nada.
Pero a mi
sí. A saber que sigo oyendo por los dos oídos, poco pero oigo, y a seguir
forzando mis tímpanos (y seguir utilizándolos) con sonidos bajos.
¿Para
qué...?
Me encanta
escuchar la música en estéreo.
___
Oír menos
te convierte en profesional de la mentira, aunque a veces esa profesionalidad
desaparezca y te deje convertido en el súmmum de los chapuzas.´
¿Cuántas
veces he ido al médico con Juan para que me tratara un catarro común y al salir
de la consulta le he pedido que me contara lo que me habían dicho? Porque el
doctor, sin saber que oigo mal, farfullaba conmigo.
Si me
hacen alguna pregunta miro a mi marido, él me la repite y yo contesto. Algunos
se dan cuenta y otros no ¿Qué por qué no digo la verdad? Pues o porque me
hablan a voces después de decirlo, o porque -y esto hace mucho daño- dejas de
existir dentro de la consulta y sólo hablan con tu marido, padre o madre.
Además de
no oír bien pasas a ser idiota.
Fuera de
las consultas ocurre algo parecido, aunque por suerte no tanto ya que existe el
de tú a tú o persona a persona, pero siempre hay que tener un poco de cuidado,
educación o respeto, cuando hay una persona que oye menos.
Aunque la
mayoría de las veces no compensa aclarar que no oyes bien. Las amargas
situaciones acumuladas te empujan a asentir o negar sin saber que te han dicho.
Y es que a
veces, sólo eres una frágil marioneta que no quiere sufrir más.
La
integración o impedir que la persona que oye menos se aísle, no depende
solamente de ella, como bien sabe cualquier profesional. Depende de ella y de
su entorno, lamentablemente, a partes iguales. Porque se puede pedir, una y mil
veces, que te miren cuando hablen, que no susurren pero no griten (repetiré
hasta la saciedad: el tímpano se acostumbra y cada vez pide más), que te digan
el tema de conversación; se puede pedir (que te hagan caso es aparte), nunca
exigir. Me temo que habrá a quien le moleste todas estas “vacuas”
interrupciones -repetir, aclarar tema... -, aconsejaría a estas personas “que
pensaran en sordo” o se pusieran en nuestro lugar, porque es cojonudamente
horroroso sentirte extranjero en tu propia lengua.
Además de
mentir para que no te chillen o que no te rebajen como persona, hace tiempo leí
en una novela, ‘Lo raro es vivir’ de Carmen Martín Gaite, una explicación que
me conmovió por la coincidencia de pensamientos. Ella dio con la respuesta que
yo nunca encontré. Decía así, aunque las mentiras de la protagonista de su
novela no tengan nada que ver con las mías, salvo el paralelismo de sobrevivir:
A veces
pienso que se miente por la incapacidad de pedir a gritos que los demás te
acepten como eres.
Después de
leer aquel pensamiento cerré los ojos para saborearlo. Por la mente me cruzaron
las caras de fastidio que muchos -que se supone que me quieren- ponen cuando les
digo “no he entendido lo que has dicho, ¿lo puedes repetir?”, volví a sentir el
amargor de tantas lágrimas, me vi de nuevo pidiendo ayuda psicológica... Y
lloré de emoción por la velocidad con la que pasa el tiempo y el gran as que te
deja en la manga:
El As de
la Experiencia.
Son
demasiados años conviviendo con una ataxia de Friedreich, algunos menos desde
que comprobé que al tener un sentido mermado se desarrollan en demasía otros.
La cara es el espejo del alma. Harto difícil que se me pase un gesto, en el que
no repara nadie, por alto, como imposible es que mi gata, sorda profunda, no
reaccione a una vibración o reconozca que alguien le está regañando.
- Desde mi silencio -
Desde mi
silencio
te oigo
llegar,
es tu
tormento
el que
quiero evitar,
son tus
labios
los que
quiero besar.
Desde mi
silencio
te oigo
llegar,
es mi vida
la que vas
a llenar
son mis
labios
los que
vas a besar.
Desde mi
silencio,
te voy a
amar.
¿Y el
silencio? El silencio es belleza, es encontrarte contigo mismo, es pensamiento,
es misterio, es secreto, es verdad; también se dice que los libros son hijos
del silencio y la lectura su amante preferida.
Yo le
llamaría a éste: el silencio seco.
Hay otro,
húmedo o tormentoso, otra clase de silencio que no es tan silencio porque oyes
ruidos y, esos ruidos sólo los oyes tú ¿Complicado? No que va. Imagínense
viendo una película, el protagonista está solo en una amplia sala, el silencio
es total, pero el protagonista empieza a oír ruidos (zumbidos, pitidos,
murmullos, a veces con suerte el arrullo del mar... y no sube ni baja ninguna
montaña, ni lo imagina) Como es una película, esos ruidos que no oye nadie más,
también los escucha el espectador ¿Qué ocurre? ¿Marcianos? ¿Vio anoche a Xardá
y aún le retumba la cabeza? ¿La voz de Dios? Y me encanta hacer metáforas, pero
esto es más sencillo y menos atrayente que ellas: casi todos los procesos de
perdida de audición o sordera, van acompañados de ruidos en los oídos, acúfenos
o tinnitus.
¿Y qué
hacer para que esos ruidos insospechados no te atormenten?
Sólo puedo
decir lo que hago yo, ya que ningún profesional me ha informado ni asesorado:
Olvidarte de Ellos, no recrearlos en tu mente, desecharlos.
Por
suerte, estos bichejos llamados acúfenos, no me visitan mucho, suelen aparecer
cuando tengo reunión de la Junta Directiva de la asociación, y concentrándome
con ahínco en lo que estoy, se van como han venido.
Que esto
que describo no es tan suave como lo pinto, lo sé, pero dentro de cada uno está
el poder de añadir a un problema, o dolencia, una importancia que no tiene o
quizá sí, pero también está el de restarla.
Relativizar.
Y como
decía un personaje de mis cuentos:
“A veces
hay que elegir”.
Pero
volvamos al silencio, ése que conocemos todos. Víctor Hugo decía en sus
‘Miserables’: “donde hay muchas bocas que hablan, hay pocas cabezas que
piensan”. Y llevaba razón. Hablar por hablar, criticar, chismorrear, no saber
callar, perder el control porque tu móvil se quedó sin cobertura y no puedes
llamar a...
La vida me
hizo crecer por otro lado, quizá por eso prefiera oír los monólogos de mi alma,
el cantar de los pájaros, el sonido de la naturaleza... antes de romper el
silencio porque nos espanta.
Mas
escoger entre el silencio o una buena conversación, o simplemente comunicación
entre personas, entonces en mi frente llevo escrito...
Amo la
Comunicación.
Sin
olvidar jamás que el silencio hay que buscarlo, quererlo, porque si no puede
ser el peor dolor.
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