Debía
tomar un segundo café para ponerse en marcha, trasnochaba cada día más. Era
joven y tenía buena salud, lo podría aguantar. Si no fuera por esas malditas
ojeras imposibles de disimular aún con un buen maquillaje a primera hora de la
mañana, su madre no la hubiera recriminado su tardanza en llegar a casa.
-Desde que
soy encargada del súper tengo que quedarme para revisar todas las cajas, ya lo
sabes mamá. Luego solemos ir a tomar unas tapas, nos liamos a hablar y nos dan
las tantas...
¿Cómo
había empezado? Ni ella lo sabía.
Siempre
había vivido con el dinero justo, aunque se puso a trabajar a los diecisiete
años, entregaba más de la mitad del sueldo a sus padres. El dinero en una
familia de nueve miembros, escaseaba siempre. Candela tenía veintitrés años. El
resto de sus hermanos estaban estudiando, el mayor sólo tenía quince y la más
pequeña dos.
Hacía bastante
tiempo que trabajaba en el mismo supermercado. Desde el principio congenió con
la hija de los jefes. Se movían en lugares caros donde su amiga pagaba todo,
siempre tenía dinero extra. Era fácil, decía.
Soñaban
con viajar las dos juntas. Se acercaba un largo puente y empezaron a hacer
planes; a Candela le faltaba dinero, a Trini, la hija de los jefes, no le
sobraba.
No habría
problema de dinero si acudían las dos a una fiesta...
-¿Fiesta?
-Tómalo
como una cita a ciegas, con el aliciente de que sacaríamos treinta mil pelas a
repartir
-¿Por ir a
la fiesta?
-Confía en
mí, Candi, y piensa lo bien que lo vamos a pasar en Torremolinos
-No lo veo
claro
Ante la
insistencia de su jovial amiga, accedió.
-Trini, si
no me gusta la fiesta me voy
Y no le
gustó, era una fiesta privada... demasiado privada.
Tres
hombres maduros de aspecto repulsivo, con enorme barriga de cerveza, sonrosados
mofletes y, dos de ellos, poseedores de incipientes y sudorosas calvas, les
esperaban en el salón semi vacío de un solitario chalet. Ellas preguntaron por
los demás. Dijeron que llegarían enseguida. Trini se dirigió al tocadiscos que
estaba encima de una silla y puso salsa.
Comenzaron
a beber y enseguida a bailar. A gritos se contaban chistes que ellas reían
forzadamente mientras bailaban con los tres pegados a sus diminutas faldas.
Luego, el alcohol y varios porros les hicieron reír a carcajadas y dejar que
manos chorreantes de lascivia acariciaran muslos y desabrocharan botones. Y la
realidad se empezó a nublar. Y después, más alcohol.
Recuerdos
difusos de bailes estrafalarios. Falsa juerga, juerga sin control...
Se
despertó con un peso encima. Le estallaba la cabeza. No recordaba haber llegado
a su casa. Apenas podía abrir los ojos cuando sintió que el peso que tenía
encima se movía. Abrió los ojos de par en par e inconscientemente intento
taparse con el pijama. Estaba desnuda. Miro a quien estaba a su lado... ¡no le
conocía! Ah sí, recuerda la fiesta ¡La fiesta!
Se levantó
casi corriendo. Agarrando torpemente su ropa esparcida por el suelo mientras
reprimía una arcada, tropezó con un hombre que dormía sobre la alfombra verde.
Salió de puntillas. Cerró la puerta y sujetándose en la pared vomitó. Un llanto
sordo le partía por dentro. No debía hacer ruido. Tenía que salir de allí.
Recordaba dónde estaba el baño.
Volvió a
vomitar al mirarse en el espejo, la imagen distorsionada de una madona rota
ocupaba su lugar. Se vistió de cualquier forma y salió corriendo. Por un
momento temió que la puerta de la calle estuviera cerrada, pero no, aunque se
encontraban en un chalet de las afueras se les había olvidado cerrar.
Los
zapatos se los iba poniendo por la desierta y oscura carretera, el abrigo
sobraba, las lágrimas abrasaban.
Casi
amanecía cuando llegó a su casa. Necesitaba una ducha pero le daba pavor
despertar a alguien. Amortiguando el ruido del agua se lavó todo su cuerpo
restregando con furia la suave esponja contra él. Todavía tenía sangre entre
las piernas. Volvió a vomitar al recordar que había entregado su... Salió del
baño temblado y fue a su cuarto. En la almohada de la cama brillaban los rubios
rizos de una de sus hermanas pequeñas. Se quitó los restos del maquillaje y al
contemplarse en el espejo sólo vio a una vieja puta. Sostuvo la cabeza entre
sus manos y cerró los ojos. Necesitaba dormir. Se enfundó en su pijama lleno de
ositos y se acostó junto a la pequeña intentando desbancar a manotazo limpio
los flashes reveladores de su noche festiva. Con la mayor ternura del mundo,
sin poder contener las lágrimas, abrazó junto a su pecho el tibio cuerpecito
infantil. Besó la pequeña frente de su hermanita una y mil veces hasta que
oyó... -Candi, siento haberme metido en tu cama, déjame dormir contigo-... aún con los ojos cerrados la pequeña
continuó... - te quielo mucho...
Ese
pequeño angelito logró llevar un triste
espejismo de sol, al más absoluto infierno.
Durante
varios días Candela y Trini no tuvieron nada que decirse. La víspera del puente
ambas corrieron un tupido velo sobre el asunto y marcharon a Torremolinos.
Sólo fue
cuestión de tiempo que el alcohol, algún que otro porro y sexo con precauciones
pero sin remilgos, se fueran convirtiendo en compañía habitual. Luego, a la
cadena o camino de ambas, se fueron uniendo otros distintos, distantes,
cercanos e inevitables, eslabones. Citas clandestinas; encuentros apasionados
con hombres atractivos, muy atractivos, unos dieron paso a otros, quizás menos
atractivos, mas su dinero les adornaba. Regalos, caprichos, viajes, lujos,
superflua felicidad... momentos de deseo, misterio, pasión..., malas compañías,
drogas, primero blandas quién sabe cuando menos blandas; postiza y quimérica
alegría...
No fue difícil llegar por el camino más corto
a ese tenebroso mundo del “ficticio glamour”. Después, el tiempo fue pasando y
algo que creía dominar la dominó.
Cuando
Candela evitó que me atropellara el camión estaba haciendo la calle.
Empecé a
conocer aquel día su lado oscuro. Estuvimos toda la tarde en una cafetería. Nos
costó empezar a hablar. Ella me hizo reivindicarme en mi decisión de dejar los
estudios porque me hizo ver que ponía en juego mi vida; yo... lloré junto a una
mujer que se había perdido todo respeto a sí misma y no era capaz de ver que
ella también ponía en juego la suya.
Pero algo
me dolía más. Ella todavía podía elegir su destino, yo no.
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