Claridad, la novela

martes, 28 de junio de 2016

4-III


14 de Febrero.

¡Mi primer S. Valentín!

Ya ves tú lo que son las cosas, la última hoja que escribí fue en Noche vieja. Me oíste me oíste me oíste. Gracias gracias gracias. Es majísimo y le quiero con toda mi alma; y él a mí...

Lo malo de esto es que mañana tengo el examen de Economía y no tengo ni idea. Si es que me faltan la mitad de los apuntes, se los pedí a Eva pero se me ha olvidado recordárselo y a ella dármelos. Bueno, otro suspenso más. Con suerte Juan empieza a trabajar la semana que viene, sus padres dicen que no le mantienen más como a un vago ¡Pobrecillo! Con lo majo que es.

Me ha regalado una rosa de terciopelo rojo y yo le he escrito esta poesía, a ver si te gusta:

“Aquel acantilado
dejando caer nuestras piernas al vacío,
mirando la inmensidad del mar
confundiéndola con el azul del cielo,
rompiendo el silencio tan sólo... las gaviotas.
Aquel acantilado,
tu brazo rodeando mi cintura,
mi cabeza apoyada en tu hombro
sintiéndonos parte el uno del otro
rompiendo el silencio tan sólo... tus susurros.
Aquel acantilado
donde volví a creer en la vida,
donde volví a creer en el amor
volviéndome a estremecer tan sólo... con tus besos.
Aquel acantilado
con su innata belleza,
su solemne hermosura
comparable tan sólo... con tus ojos ”

La rosa y el poema son para ti por haberme escuchado.

¡Anda!, se me olvidaba. Antes cuando Juan me traía a casa, hemos visto a Candela, la del cuarto, vamos yo juraría que era ella, lo que pasa es que llevaba unas pintas con una mini que se la veía todo, pero todo, unas botas altísimas, iba abrazada a un señor muy mayor..... ¡No puede ser! No me hagas caso. Ahora que lo pienso más despacio, estoy segura de que no era ella.
                                          ******

Unos días después, cuando mi existencia empezaba a ser osadamente onírica, Andrés de nuevo apareció. “Ni contigo ni sin ti”. Se había enterado de que tenía novio y venía a recuperar lo que era suyo.
Juan y yo estábamos sentados con algunas de mis amigas en el Charlot, un delicioso disco-bar que visitábamos con asiduidad. Y digo sentados, porque si hubiera estado de pie me hubiera caído al verle ¿Qué hacía allí? Me puse tan nerviosa cuando se acercó a nosotros que se me cayó el vaso de la consumición. Me saludó y se sentó muy cerca de nuestro grupo. Le pedí a Juan que nos fuéramos. En mi estomago se producía un horrible terremoto y necesitaba pararlo o vomitaría allí mismo.
Salimos fuera. El aire, el sentir a Juan incómodo, y darme cuenta de mi torpeza por ser tan puerilmente transparente, me calmaron.

-¿Quién es?

-Andrés... no esperaba verle, y es que me duele la tripa un montón, me esta viniendo la regla. 

-¿Quieres que te lleve a casa?

-No, no. Prefiero estar contigo.

Me invitó al cine y abrazada a su cintura mientras sentía su brazo dándome calor, el terremoto se detuvo. Pero no sé que película vimos.

A los pocos días, después de decidir que nadie me iba a robar la felicidad que empezaba a pisar, al bajar del autobús una soleada tarde para ir a clase, me encontré con Andrés. Esperaba a alguien en la puerta de la estación. Le vi enseguida. Soplando como si a mis pulmones les sobrara aire, o a mi corazón sentimientos, y ocultando los latidos de un pecho a punto de estallar bajo los libros, me encaminé con algunas compañeras hacia el instituto.

-¡May! -gritó.

Tuve que detenerme porque mis compañeras miraron hacia atrás. Andrés se acercó corriendo.

-¿Qué haces aquí? -le pregunté nerviosa y no por la sorpresa.

-Espero el tren... y quiero hablar contigo

-Vaya qué mala suerte, tengo que ir a clase, quizá otro día...

Andrés me asió con suavidad de una muñeca y me miró a los ojos

-Por favor...

Liberando mi muñeca musite está bien y pedí a las chicas que siguieran sin mí.

-¿A qué hora sale tu tren? -pregunté.

-No importa

-Ya, pero a mí sí

-¿Cuánto tiempo llevas con él? ¿Va en serio?

-¿Qué…? OH... Directo, sin rodeos ¿y qué pasa si va en serio?

-¿Le quieres?

-... Sí..., creo que sí 

Estábamos apoyados en la barandilla de un puente, al lado de la transitada carretera. Me pidió que fuéramos a otro sitio pero me negué sin voz trémula, sin dudas. Mas me desarmó al quitarme los libros dejándolos sobre un banco de piedra y abrazarme diciendo que yo sólo le quería a él.
Temblaba tanto entre sus brazos que me apoyé en su pecho para no caerme. Y de nuevo su olor, ausencias, silencios, tinieblas, lágrimas, su olor, ausencias, silencios... Cerré los ojos un poco mareada, y un susurro fue creciendo dentro de mí hasta convertirse en grito -¡Ya no!-

-Ya no, Andrés, ya no.
 
Me soltó y yo de nuevo me apoyé en la barandilla. Con una voz ufana que no conocía preguntó si algún día le iba a perdonar...

-No tengo nada que perdonarte, al revés. Me enseñaste mucho y si no fuera por ti no sabría apreciar lo que tengo ahora. Ya ves, soy así de bruta, aprendo a base de palos... pero aprendo, Andrés, aprendo.

Me pidió que me cuidara y se fue.

Sonriendo, llorando, y con manos inciertas, recogí los libros y yo también me fui. Desde una cabina llamé a Juan; quería hablar con él, necesitaba hablar con él. Vino a buscarme antes de acabar las clases, y en cuanto vi su coche entrar al aparcamiento, desde la ventana del aula, le pedí permiso al profesor para irme afirmando que me encontraba mal.
Aquella tarde, entre confidencias, verdades, besos y caricias, sobre la hierba húmeda que el sol secaba en un solitario parque, el amor puso todo en su lugar.
Todo.

Los días que siguieron están hilvanados en mi recuerdo con hilo de Amor. ¡Me había quitado tamaño lastre de encima!, una duda enorme que, aún sabiendo que quería a Juan, el fugaz recuerdo de Andrés acababa empañando mis sentimientos, “¿me estaré equivocando?” “¿Y si vuelve?”. Y cuando lo hizo mi corazón no consintió que le robaran el cuento de hadas que empezaba a habitar.

Alguna tarde cuando bajaba sola a clase, a partir de que mis recuerdos y sentimientos empezaron a vivir en una apacible armonía, en vez de jugar a escondidos para que no me vieran caminar, decidía no llegar al instituto. Me quedaba sentada en una pequeña solana cercana a la parada del autobús, bebiendo sueños, bailando entre las nubes, escribiendo poesía...
 
“ Los ojos lloran flores
cuando te pienso.
Sueñan emociones
ríen ilusiones,
el silencio estalla en mil colores
La noche se convierte en día
la luna me despierta a besos
ya no quiero que anochezca al alba
solo quiero dormir en tus sueños.
Vivo en un carrusel de locas pasiones,
escribo, en el lenguaje de los corazones.”

Y al finalizar la tarde aparecía mi caballero galopando sobre su cabrita roja, y yo era inmensamente feliz, y no había miedos, ni dudas, ni apuntes de Economía, ni exámenes de Contabilidad... Sólo había Amor.

Poco tiempo después Juan empezó a trabajar. No podíamos vernos todos los días, pero hablábamos por teléfono y con eso nos bastaba. Mi paso seguía siendo titubeante mas mi amor por Juan, su amor, me daban seguridad.

Hasta que la gente con la que crecí, bueno, más bien sus primos, me hicieron pasar uno de los ratos más humillantes de mi vida.
Todo empeoró drásticamente, mi forma de andar, mi confianza en poder hacerlo sin apoyarme en nada (sin darme cuenta, a veces, me apoyaba ligeramente en la pared, en una silla, rozaba un mueble; algo estático), mi autoestima, mi valía, ya no como mujer sino como ser humano... todo, se me vino encima cuando una tarde al ir sola a clase me paró la policía.

¡Dios!, no me detuvieron por no llevar el carnet de identidad, porque al haberme criado entre tricornios y conociendo a policías, les pude decir el nombre de un compañero a quien luego pedirían referencias.
Me habían confundido con un borracho, pero no fue lo mismo ni tan siquiera parecido a cuando la gente que no me conocía me llamaban borracha, eso había quedado atrás, o eso creía yo.
¡Jamás pensé que pasaría tanta vergüenza por estar enferma, ni mucho menos que me sentiría culpable por estarlo.
Me rompieron la poca confianza que me quedaba.
No se lo dije a nadie, ni a Juan, ni lo escribí, me moría de vergüenza.

De esa forma los estudios, si es que podían empeorar, empeoraron.

Pero lo que me impulsó a tomar alguna decisión estaba por pasar.
Hacía mucho tiempo que me escondía de la gente cuando andaba sola, pero nunca se me ocurrió imaginarme que por ello corriera algún peligro. Algunas tardes iba a buscarme Juan y yo al saberlo, estaba relajada y centrada en las explicaciones de los profesores; pero la mayoría de las tardes me tenía que ir sola. Y esperaba a que se fuera todo el mundo para que nadie me viera andar.

Una anochecida oscura y lluviosa, cuando me iba, antes de llegar a la parada del autobús noté que alguien me seguía. No estaba segura, pero sabía que no podía hacer nada. Asustada, horrorizada, apretaba contra mi pecho los libros y con la capucha del impermeable cubrí hasta casi mis ojos. Me paré y giré sobre mis pasos. No vi a nadie. Seguí andando mientras lloraba y me apoyaba en la pared, cuando volví a notar que me seguían. Un coche paró a mi lado. Lo miré con la cara crispada por el miedo.....

-¿Te ocurre algo?

¡Mi profesor de Derecho!, sería la mejor abogada si me sacaba de allí. Me preguntó si quería que me acercara a algún sitio. Me olvidé de mi dificultad para pedir y aceptar ayuda. Necesitaba que me llevara a mi casa.
Tampoco se lo conté a nadie, sólo a Juan y hacía lo imposible por ir a buscarme siempre.

Y pocos días después, el miedo puso un punto y final irrevocable a mis estudios.
Con todo lo que me había pasado últimamente había decidido dejar de estudiar, pero no sabía como decirlo en casa. No quería dar ninguna explicación, no quería que se preocuparan por algo que ni siquiera imaginaban. Así que, continúe hiendo al instituto en espera de que se me ocurriera una excusa creíble. Y una tarde, al ir a cruzar la carretera sola, las piernas se me paralizaron del miedo. No es que no las pudiera mover, sino que el miedo me paralizaba (se me agarrotaban los músculos volviendo a un estado normal en cuanto me relajaba.
Fue Candela vestida de esa forma tan rara, quien evitó que me atropellara un camión.
 

El momento había llegado. En casa, la “excusa” fue la más simple: “no quiero seguir estudiando”. Muchos no entendieron que dejara los estudios en el último año, pero yo no lo podía explicar, ni quería contar nada a quien no sospechara la verdad. Nadie. Aunque intuyera que por no hablar, mi fama de cabeza loca y de inconstante creciera. Me daba igual.

 

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