14 de
Febrero.
¡Mi primer
S. Valentín!
Ya ves tú
lo que son las cosas, la última hoja que escribí fue en Noche vieja. Me oíste
me oíste me oíste. Gracias gracias gracias. Es majísimo y le quiero con toda mi
alma; y él a mí...
Lo malo de
esto es que mañana tengo el examen de Economía y no tengo ni idea. Si es que me
faltan la mitad de los apuntes, se los pedí a Eva pero se me ha olvidado
recordárselo y a ella dármelos. Bueno, otro suspenso más. Con suerte Juan
empieza a trabajar la semana que viene, sus padres dicen que no le mantienen
más como a un vago ¡Pobrecillo! Con lo majo que es.
Me ha
regalado una rosa de terciopelo rojo y yo le he escrito esta poesía, a ver si
te gusta:
“Aquel
acantilado
dejando
caer nuestras piernas al vacío,
mirando la
inmensidad del mar
confundiéndola
con el azul del cielo,
rompiendo
el silencio tan sólo... las gaviotas.
Aquel
acantilado,
tu brazo
rodeando mi cintura,
mi cabeza
apoyada en tu hombro
sintiéndonos
parte el uno del otro
rompiendo
el silencio tan sólo... tus susurros.
Aquel
acantilado
donde
volví a creer en la vida,
donde
volví a creer en el amor
volviéndome
a estremecer tan sólo... con tus besos.
Aquel
acantilado
con su
innata belleza,
su solemne
hermosura
comparable
tan sólo... con tus ojos ”
La rosa y
el poema son para ti por haberme escuchado.
¡Anda!, se
me olvidaba. Antes cuando Juan me traía a casa, hemos visto a Candela, la del
cuarto, vamos yo juraría que era ella, lo que pasa es que llevaba unas pintas
con una mini que se la veía todo, pero todo, unas botas altísimas, iba abrazada
a un señor muy mayor..... ¡No puede ser! No me hagas caso. Ahora que lo pienso
más despacio, estoy segura de que no era ella.
******
Unos días
después, cuando mi existencia empezaba a ser osadamente onírica, Andrés de
nuevo apareció. “Ni contigo ni sin ti”. Se había enterado de que tenía novio y
venía a recuperar lo que era suyo.
Juan y yo
estábamos sentados con algunas de mis amigas en el Charlot, un delicioso
disco-bar que visitábamos con asiduidad. Y digo sentados, porque si hubiera
estado de pie me hubiera caído al verle ¿Qué hacía allí? Me puse tan nerviosa
cuando se acercó a nosotros que se me cayó el vaso de la consumición. Me saludó
y se sentó muy cerca de nuestro grupo. Le pedí a Juan que nos fuéramos. En mi
estomago se producía un horrible terremoto y necesitaba pararlo o vomitaría
allí mismo.
Salimos
fuera. El aire, el sentir a Juan incómodo, y darme cuenta de mi torpeza por ser
tan puerilmente transparente, me calmaron.
-¿Quién
es?
-Andrés...
no esperaba verle, y es que me duele la tripa un montón, me esta viniendo la
regla.
-¿Quieres
que te lleve a casa?
-No, no.
Prefiero estar contigo.
Me invitó
al cine y abrazada a su cintura mientras sentía su brazo dándome calor, el
terremoto se detuvo. Pero no sé que película vimos.
A los
pocos días, después de decidir que nadie me iba a robar la felicidad que
empezaba a pisar, al bajar del autobús una soleada tarde para ir a clase, me
encontré con Andrés. Esperaba a alguien en la puerta de la estación. Le vi
enseguida. Soplando como si a mis pulmones les sobrara aire, o a mi corazón
sentimientos, y ocultando los latidos de un pecho a punto de estallar bajo los
libros, me encaminé con algunas compañeras hacia el instituto.
-¡May!
-gritó.
Tuve que
detenerme porque mis compañeras miraron hacia atrás. Andrés se acercó
corriendo.
-¿Qué
haces aquí? -le pregunté nerviosa y no por la sorpresa.
-Espero el
tren... y quiero hablar contigo
-Vaya qué
mala suerte, tengo que ir a clase, quizá otro día...
Andrés me
asió con suavidad de una muñeca y me miró a los ojos
-Por favor...
Liberando
mi muñeca musite está bien y pedí a las chicas que siguieran sin mí.
-¿A qué
hora sale tu tren? -pregunté.
-No
importa
-Ya, pero
a mí sí
-¿Cuánto
tiempo llevas con él? ¿Va en serio?
-¿Qué…? OH...
Directo, sin rodeos ¿y qué pasa si va en serio?
-¿Le
quieres?
-...
Sí..., creo que sí
Estábamos
apoyados en la barandilla de un puente, al lado de la transitada carretera. Me
pidió que fuéramos a otro sitio pero me negué sin voz trémula, sin dudas. Mas
me desarmó al quitarme los libros dejándolos sobre un banco de piedra y
abrazarme diciendo que yo sólo le quería a él.
Temblaba
tanto entre sus brazos que me apoyé en su pecho para no caerme. Y de nuevo su
olor, ausencias, silencios, tinieblas, lágrimas, su olor, ausencias,
silencios... Cerré los ojos un poco mareada, y un susurro fue creciendo dentro
de mí hasta convertirse en grito -¡Ya no!-
-Ya no,
Andrés, ya no.
Me soltó y
yo de nuevo me apoyé en la barandilla. Con una voz ufana que no conocía
preguntó si algún día le iba a perdonar...
-No tengo
nada que perdonarte, al revés. Me enseñaste mucho y si no fuera por ti no
sabría apreciar lo que tengo ahora. Ya ves, soy así de bruta, aprendo a base de
palos... pero aprendo, Andrés, aprendo.
Me pidió
que me cuidara y se fue.
Sonriendo,
llorando, y con manos inciertas, recogí los libros y yo también me fui. Desde
una cabina llamé a Juan; quería hablar con él, necesitaba hablar con él. Vino a
buscarme antes de acabar las clases, y en cuanto vi su coche entrar al
aparcamiento, desde la ventana del aula, le pedí permiso al profesor para irme
afirmando que me encontraba mal.
Aquella
tarde, entre confidencias, verdades, besos y caricias, sobre la hierba húmeda
que el sol secaba en un solitario parque, el amor puso todo en su lugar.
Todo.
Los días
que siguieron están hilvanados en mi recuerdo con hilo de Amor. ¡Me había
quitado tamaño lastre de encima!, una duda enorme que, aún sabiendo que quería
a Juan, el fugaz recuerdo de Andrés acababa empañando mis sentimientos, “¿me
estaré equivocando?” “¿Y si vuelve?”. Y cuando lo hizo mi corazón no consintió
que le robaran el cuento de hadas que empezaba a habitar.
Alguna
tarde cuando bajaba sola a clase, a partir de que mis recuerdos y sentimientos
empezaron a vivir en una apacible armonía, en vez de jugar a escondidos para
que no me vieran caminar, decidía no llegar al instituto. Me quedaba sentada en
una pequeña solana cercana a la parada del autobús, bebiendo sueños, bailando
entre las nubes, escribiendo poesía...
“ Los ojos
lloran flores
cuando te
pienso.
Sueñan
emociones
ríen
ilusiones,
el
silencio estalla en mil colores
La noche
se convierte en día
la luna me
despierta a besos
ya no
quiero que anochezca al alba
solo
quiero dormir en tus sueños.
Vivo en un
carrusel de locas pasiones,
escribo,
en el lenguaje de los corazones.”
Y al finalizar la tarde
aparecía mi caballero galopando sobre su cabrita roja, y yo era inmensamente
feliz, y no había miedos, ni dudas, ni apuntes de Economía, ni exámenes de
Contabilidad... Sólo había Amor.
Poco
tiempo después Juan empezó a trabajar. No podíamos vernos todos los días, pero
hablábamos por teléfono y con eso nos bastaba. Mi paso seguía siendo titubeante
mas mi amor por Juan, su amor, me daban seguridad.
Hasta que
la gente con la que crecí, bueno, más bien sus primos, me hicieron pasar uno de
los ratos más humillantes de mi vida.
Todo
empeoró drásticamente, mi forma de andar, mi confianza en poder hacerlo sin
apoyarme en nada (sin darme cuenta, a veces, me apoyaba ligeramente en la
pared, en una silla, rozaba un mueble; algo estático), mi autoestima, mi valía,
ya no como mujer sino como ser humano... todo, se me vino encima cuando una
tarde al ir sola a clase me paró la policía.
¡Dios!, no me detuvieron por no llevar el carnet de identidad, porque al
haberme criado entre tricornios y conociendo a policías, les pude decir el
nombre de un compañero a quien luego pedirían referencias.
Me habían
confundido con un borracho, pero no fue lo mismo ni tan siquiera parecido a
cuando la gente que no me conocía me llamaban borracha, eso había quedado
atrás, o eso creía yo.
¡Jamás
pensé que pasaría tanta vergüenza por estar enferma, ni mucho menos que me
sentiría culpable por estarlo.
Me
rompieron la poca confianza que me quedaba.
No se lo
dije a nadie, ni a Juan, ni lo escribí, me moría de vergüenza.
De esa
forma los estudios, si es que podían empeorar, empeoraron.
Pero lo
que me impulsó a tomar alguna decisión estaba por pasar.
Hacía
mucho tiempo que me escondía de la gente cuando andaba sola, pero nunca se me
ocurrió imaginarme que por ello corriera algún peligro. Algunas tardes iba a
buscarme Juan y yo al saberlo, estaba relajada y centrada en las explicaciones
de los profesores; pero la mayoría de las tardes me tenía que ir sola. Y
esperaba a que se fuera todo el mundo para que nadie me viera andar.
Una
anochecida oscura y lluviosa, cuando me iba, antes de llegar a la parada del
autobús noté que alguien me seguía. No estaba segura, pero sabía que no podía
hacer nada. Asustada, horrorizada, apretaba contra mi pecho los libros y con la
capucha del impermeable cubrí hasta casi mis ojos. Me paré y giré sobre mis
pasos. No vi a nadie. Seguí andando mientras lloraba y me apoyaba en la pared,
cuando volví a notar que me seguían. Un coche paró a mi lado. Lo miré con la
cara crispada por el miedo.....
-¿Te
ocurre algo?
¡Mi
profesor de Derecho!, sería la mejor abogada si me sacaba de allí. Me preguntó
si quería que me acercara a algún sitio. Me olvidé de mi dificultad para pedir
y aceptar ayuda. Necesitaba que me llevara a mi casa.
Tampoco se
lo conté a nadie, sólo a Juan y hacía lo imposible por ir a buscarme siempre.
Y pocos
días después, el miedo puso un punto y final irrevocable a mis estudios.
Con todo
lo que me había pasado últimamente había decidido dejar de estudiar, pero no
sabía como decirlo en casa. No quería dar ninguna explicación, no quería que se
preocuparan por algo que ni siquiera imaginaban. Así que, continúe hiendo al
instituto en espera de que se me ocurriera una excusa creíble. Y una tarde, al
ir a cruzar la carretera sola, las piernas se me paralizaron del miedo. No es
que no las pudiera mover, sino que el miedo me paralizaba (se me agarrotaban
los músculos volviendo a un estado normal en cuanto me relajaba.
Fue
Candela vestida de esa forma tan rara, quien evitó que me atropellara un
camión.
El momento
había llegado. En casa, la “excusa” fue la más simple: “no quiero seguir
estudiando”. Muchos no entendieron que dejara los estudios en el último año,
pero yo no lo podía explicar, ni quería contar nada a quien no sospechara la
verdad. Nadie. Aunque intuyera que por no hablar, mi fama de cabeza loca y de
inconstante creciera. Me daba igual.
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