El tener
que abandonar los estudios, mi incapacidad para reconocer que necesitaba ayuda
para ir y venir de casa al instituto, puesto que acompañada y sin miedo no se
me bloqueaban las piernas. El saber con certeza que la anochecida que me asusté
me seguían dos hombres, mi profesor los vio y sin embargo cuando miré no vi a
nadie, se esconderían o que sé yo. El “encontronazo” con la policía. El empezar
a sentirme una inútil por estar todo el día en casa sin hacer nada, el que me
dijeran que era hora de solicitar una pensión de minusvalía por no poder
trabajar, fue más de lo que podía soportar.
Aunque
realmente supusiera un alivio el dejar de estudiar, ya que se había convertido
en una pesadilla que me hacía vivir una angustia constante. Y quizá, tal vez
podría haber estado preparada para solicitar una pensión… ¡ya ves, qué te
paguen sin trabajar! aunque sea ridículamente. Pero yo me había pasado toda mi
vida mirando libros, y no para ser una persona minusválida sino un ser humano
más, igual a todos, sin ninguna enfermedad, útil para la sociedad. No importaba
que en el fondo de mi subconsciente supiera lo que me iba a pasar. Todos sabemos
que un día moriremos, ¿alguien está preparado?
Y menos me
importaba que me dijeran constantemente que los discapacitados son unas
personas más, que pueden ser perfectamente útiles a la sociedad, que..., no me
importaba nada. Yo no era ni discapacitada, ni menos válida, ni leches. Yo sólo
era una mujer sin adjetivos.
Cuando
intentaban convencerme de mi realidad huía, pero no encontraba refugió, ni
siquiera me servía convertirme en avestruz y meter la cabeza bajo el ala; la
realidad me acosaba. Esa realidad me abofeteaba sin piedad. Y lo peor, es que
yo ayudaba con ahínco a que esas bofetadas me hicieran sangrar el alma. Como la
primera vez que fui al Imserso a hacer los papeles para solicitar una pensión por
no poder trabajar.
En una
sala cegada por el sol me explicaban amablemente muchas, demasiadas cosas a
cerca del entorno de la persona con minusvalía. Sobre todo me hablaban del
preparamiento y su posterior integración laboral. Yo no escuchaba porque todo
eso me importaba un carajo y así lo dije. Mi madre se disculpó en mi nombre,
mientras me fulminaba con la mirada.
Rellené
los formularios que me entregaron, y antes de irnos, me dijeron que se me había
olvidado poner lo que hacía, a que me dedicaba, en que ocupaba mi tiempo
libre... Le miré y con la voz de quien quiere encontrarse de vuelta de todo sin
haber ido a ningún sitio, le dije:
-No se me
ha olvidado, pero es que me da vergüenza poner que soy un parásito que vive a
costa de sus padres. Todo mi tiempo es libre.
A mamá se
le escapó un ¡MAY!. Y yo... yo salí de allí con algo muy quebrado por dentro,
si es que aún quedaba alguna pieza entera en mi interior.
Jueves, 5
de Mayo.
Me han
castigado por lo que he dicho en el Inmerso. Yo me siento así. Bajé la guardia
y... ¡No puedo fingir siempre! aunque sé que mis padres sufren si me ven mal.
Cada vez
ando peor. No me atrevo a andar sola, esta mañana cuando iba al gimnasio me he
caído. Tengo un moratón enorme en el tobillo. Con el calcetín no se ve. Mamá ha
dicho que en la próxima revisión le pedirá a la doctora que la ambulancia
colectiva me lleve a rehabilitación. No me importa; casi mejor no tener que ir
en autobús. Pero cuando papá ha dicho... ha dicho, eso de que tal vez podría
llevar un bastón… ¡Dios mío no puedo más! ¡Que soy yo! ¿Qué coños me esta
pasando?
Si no
fuera por Juan.
Menos mal
que mañana es viernes, por fin le veré, aunque le vi ayer y acabo de hablar con
él... ¡Le necesito tanto! ¿Lo sabes,
verdad?
Me hace
sentirme mujer, me hace sentirme normal. Con él no disimulo. Me quiere y me
abre una puerta desconocida para mí; ¿sabes? antes abrazada al oso Lolo pensaba
que Juan es mi única medicina... con él no duele, no lloro. No... no veo..... las lágrimas no me dejan
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